MEMORIAL
Alberto Hernández Gutiérrez
“Encender la Luz”
13/ENE/2019
Ven. Dr. Hyoenjin Prajna
Dogen Zenji, un monje zen del siglo
12 de Japón, una vez escribió:
Una flor cae,
aunque la amemos.
Una mala hierba
crece, aunque la detestemos.
~Dogen
Zenji
Admiramos
las flores abriéndose en la primavera. Queremos que duren para siempre. Pero no
es así. Queriéndolas continuar para siempre en esta forma nos causa sufrir. Las
flores van a marchitarse y caer, nada dura para siempre. Si intentamos aferrarnos
a las flores vamos a sufrir, porque son impermanentes, se mueren. Si rechazamos
este hecho, la muerte, estamos rechazando algo no solo es inevitable, sino,
además, es una parte íntegra de la experiencia de vivir. Al aceptar la flor como efímera e impermanente,
podemos apreciar su belleza, su delicadeza, su perfume, con más apreciación,
más atención, y luego dejarla caer sin remordimiento, porque es precisamente su
impermanencia lo que hace la flor perfecta en su surgir, perdurar un rato, y
luego desaparecer. Se puede ver la vida así por lo que es en todo su esplendor.
Esto es ver sin ver.
En el libro clásico El Principito, el protagonista explica cómo
ver lo importante en la vida, sin ojos:
"Esto
que veo aquí no es más que una corteza. Lo verdaderamente importante es
invisible...He aquí mi secreto: sólo con el corazón se puede ver bien. Lo
esencial es invisible a los ojos". ~El Principito
Estamos aquí hoy
para celebrar la vida de una persona muy querida por su familia y amigos, el señor
Alberto Hernández Gutiérrez. Como una flor, se ha caído. Es parte de la vida. No
obstante, cómo el Principito enseña, lo verdaderamente importante es invisible
a los ojos. El cuerpo es sólo una corteza. La muerte sólo afecta a esta corteza, pero no a
lo esencial, lo que no se ve con ojos, sino con el corazón. De hecho, es
precisamente por la muerte, igual a la flor, que se pone en relieve lo que era
hermoso y especial de su vida. Nuestro corazón nos revela lo que era importante
de Alberto. Lo han amado profundamente, porque su vida revelaba lo que es amor
en sí, manifestándose en los que lo recuerdan aquí. Este amor en sí es lo que
lo budistas llaman la naturaleza búdica, o sea, la esencia de todo. Cuando un
hombre vive auténticamente desde la plenitud de su corazón, está viviendo y
expresando la esencia universal. Por eso, es tan difícil decir adiós, porque
queremos aferrarnos a su persona, la parte impermanente de este ser, la parte
limitada de carne y hueso. Lo que es el verdadero Alberto Hernández Gutiérrez
es lo que no se ve, lo invisible a los ojos, lo que ha tocado las vidas para
siempre de sus queridos.
Desde
la perspectiva zen, según el maestro Thich Nhat Hanh, de hecho, nada nace y
nada muere. Él lo describe así en su libro La
Muerte es Una Ilusión:
Nacimiento
y muerte no son más que conceptos en nuestra mente. El creer que son reales origina
en nosotros una poderosa alucinación que nos hace sufrir…
A partir de su experiencia realizativa, el Buda
considera la existencia de una manera totalmente distinta: Nunca hemos nacido y
nunca podemos morir…
Cuando perdemos a un ser amado hemos de recordar que no se ha convertido
en nada…El ser amado no ha sido destruido, sólo ha adquirido otra forma.
Reconocer que nuestra naturaleza es el no-nacer y el no-morir, el
no-llegar y el no-partir, el no-ser y el no no-ser, lo no-similar y lo
no-diferente. Hacerlo más allá de toda idea u opinión es liberarse del miedo,
es alcanzar la iluminación, es vivir plenamente…
Esta forma de practicar nos permite vivir sin miedo y morir serenamente,
sin lamentar nada. Al igual que los grandes seres, cabalgamos libremente
sobre las olas del nacimiento y la muerte. Y al vivir y morir así podemos
también ayudar a muchas personas que nos rodean a vivir y a morir en
paz. Si nuestra presencia es firme y serena, la persona moribunda no se
sentirá demasiado asustada y apenas sufrirá… es necesario revelar al moribundo
la realidad de que somos una manifestación y una continuación de muchas manifestaciones. Hacerle
comprender la verdad de que «nada nace, nada muere»". (La muerte es una
ilusión - Thich Nhat Hanh)
Así que, somos más que una idea de vida y muerte. Somos algo sustancial expresándose
por medio de este cuerpo limitado. Hui Neng, un maestro zen del siglo 8, en el
Sutra del Estrado, lo describe así cuando compara la meditación a la sabiduría como
sustancia y función:
“Buenos amigos, ¿cómo son parecidas la
meditación y la sabiduría? Son como la lámpara y la luz que se desprende; si
hay una lámpara, hay luz; y si no hay lámpara, no hay luz. La lámpara es la
sustancia de la luz; la luz es la función de la lámpara. Así, aunque tienen dos
nombres, en sustancia no son dos. La meditación y la sabiduría así son
parecidas.” (Sutra
del Estrado, V. 12-17: Sec. 4017-4088 Kindle)
Podríamos decir que este cuerpo,
esta vida, es la función de sustancia, la expresión de algo que nunca nace y
nunca muerte, simplemente cambia de formas. La luz, nuestra sabiduría, nuestra
mente, se expresa mediante este cuerpo. Sin embargo, esta luz y lámpara, esta
mente y cuerpo, no son dos, sino dos aspectos del uno. O sea, somos todos luces
resplandecientes iluminando la noche oscura de ignorancia, sufrimiento y
muerte. Sólo requiere una luz para iluminar la noche. Sólo una luz puede penetrar
la ignorancia que causa el sufrimiento interminable de samsara. ¿Y cómo prender
esta luz? ¿Cómo iluminarte? Buddha dijo:
Si enciendes una luz
para alguien,
también iluminará tu
camino.
~ Buddha
Meditando, despertándote a la luz
interior, puedes iluminar el camino para otros. Y a su vez, al iluminar el
camino para otros, lo iluminas para ti. Esta luz es lo que somos. Por tanto, no
la escondas. Compártela. Al dar, recibes. Al cuidar al otro, te cuidas a ti
misma. Entonces, la compasión, la benevolencia, y la empatía, son tanto vehículos
de luz regalada a otros como vehículos para realizar la luz en nosotros mismos.
Los que haces es lo que recibes, es la ley de karma. Entonces, dar a otros lo
mejor de ti, ámalos y te amarán, cuídalos y te cuidarán, libéralos y este
esfuerzo te liberará.
Este
amor es lo que ilumina el camino, en actos de benevolencia y compasión. Este
amor se manifiesta en infinidades de formas, con abrazos, besos, enseñanzas, y
en la forma de un papá por su familia. Viendo tanto amor por Alberto Hernández
Gutiérrez nos afirma que él no era simplemente la forma muerta de este cuerpo,
sino la luz ilimitada del Uno, la luz de nuestra naturaleza búdica. Luz es luz,
aunque sea de lámpara, vela, fogata o la luz de infinitas estrellas iluminando
el firmamento ilimitado a todo nuestro alrededor. Todas son luz, todas son uno,
todas son lo que la muerte no nos puede robar, porque todos somos esta luz que
nunca nace, nunca muere, y siempre se ve aquí en nuestros actos de amor que
revelan nuestra luz de Buddha.
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