MEDITACIÓN BUDISTA ZEN

VEN. DR. JINSIM HYOENJIN: arzobispo y maestro guía de la sangha Meditación Budista Zen, recibió Transmisión el 27 de marzo 2021 e Inga el 16 de julio 2017, y recibió los 250 votos del Bhikshu (monje) el 22 de julio 2016 por el Ven. Dr. Wonji Dharma.

Ven. Jinsim Hyoenjin es originalmente de Kansas City, Missouri, USA y ha vivido en Guadalajara, México desde 2000. Tiene más de 45 años experiencia en meditación, dos maestrías (psicología y estudios budistas), y un doctorado de Psicología Oriente-Occidente investigando métodos de meditación en las tradiciones espirituales del Oriente.

Ven. Jinsim Hyoenjin imparte clases, conferencias universitarias, charlas Dharma, retiros y talleres sobre el buda-dharma además de citas individuales para orientación y estudio personalizado.

Un arzobispo (maestro zen superior) es un obispo que, habiendo recibido Inga y Transmision de Dharma, preside varias diócesis en una gran región. Este puesto incluye algunas responsabilidades de supervisión tanto de las diócesis como de los obispos de esa región. Un arzobispo sirve como guía o instructor en asuntos religiosos; y a menudo es el fundador o líder dentro de una Orden. Además, el Colegio de Arzobispos actúa como un Consejo Rector igualitario para la Orden Zen de las Cinco Montañas.
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lunes, 21 de noviembre de 2011

MEDITACIÓ BUDISTA ZEN: EL MÁS PRECIOSO TESORO

MEDITACIÓN BUDISTA ZEN:
EL MÁS PRECIOSO TESORO
OZMO PIEDMONT, PH.D.

            ¿Qué  harías tú para conseguir el tesoro más valioso del mundo?  Este tesoro es la Verdad del Eterno en nuestras vidas, manifestándose como la sabiduría, la paz y la alegría.  Aunque la Verdad está en todos lados, nos cuesta mucho para conseguirla.  El Buda contó una historia ilustrando este punto.  Una tarde Él estaba al punto de enseñarle a la gente en medio del bosque.  La luz del día comenzó a disminuir y la oscuridad crecía.  Mucha gente comenzó a ofrecer sus lámparas de aceite para iluminar el sitio, para que el Buda pudiera continuar sus enseñanzas.  Había una anciana que se acercó al Buda.  Ella era muy pobre, una indigente sin ninguna posesión excepto su cuenco para pedir limosnas.  Ella se lo ofreció al Buda para que pudiera llenarlo con aceite y usarlo como lámpara.  El Buda aceptó este regalo diciendo a la gente reunida que la virtud de esta mujer era la más excelente, porque ella había ofrecido su riqueza entera, su única posesión, su cuenco para limosnas.  El cuenco en esta historia representa nuestro corazón.  Tenemos que vaciarlo y ofrecerlo al Infinito, para que se nos llenara con La Verdad.   Como esta anciana, tenemos que desapegarnos de las distracciones y los obstáculos que nos extravían continuamente, así renunciando a todo, para que el Buda ilumine  nuestras vidas.  Cuando se le ofrece el corazón, sin expectativa, solo porque es lo que se debe hacer, se expresa la virtud más excelente.   ¿Cómo aplicamos esta historia a nuestras vidas cotidianas?
            La vida en sí nos presenta con enigmas, las que nos enseñan la Verdad.  En la tradición Zen se llaman koans que son acertijos en la vida cotidiana que pueden resolverse solo por la práctica espiritual junto con la meditación, revelándonos la Verdad basada en la experiencia directa de que no hay nada separado del Absoluto.  Todo es uno y todo es diferente.  Todo es una expresión de la armonía y la perfección del Infinito.  Practicando el Zen, se puede descubrir esta conexión con  lo Divino. 
            Sin embargo, si la Verdad está en todos lados, ¿por qué tenemos que practicar espiritualmente para lograr la Iluminación? Aunque el Infinito está en cada hoja del árbol, y en cada célula de nuestro cuerpo, estamos inconscientes la mayor parte del tiempo de esta realidad.  Ignoramos esta belleza y armonía a todos lados porque estamos ciegos por nuestro delirio egoísta, creyendo que estamos aislados y separados del resto del Universo, atrapado en un cuerpo individual, compuesto de un ego ya formado y permanente.  Pero el Buda nos ha enseñado que esta creencia es falsa, un concepto erróneo, la base de todos nuestros problemas.  Nuestro apego a una idea de un ser permanente y aislado nos causa el miedo de morir, y  por consiguiente, tendemos a sustituir esta inseguridad con distracciones y estímulos, separándonos más y más de la Verdad de nuestra conexión al Divino.  No obstante, la práctica espiritual nos permite a redescubrir nuestra conexión con lo Infinito.  La tradición del Zen Soto cree que la práctica espiritual es la Iluminación en sí (Jijyu-Kennett, 1999).  Por medio de esta práctica continua, encontramos nuestro Buda interior, y llegamos a identificarnos más y más con esta Verdad. 
            ¿Por qué tenemos que practicar espiritualmente?  Aunque el Universo es perfecto y no falta nada en su totalidad, individualmente hemos bloqueado nuestra percepción de este hecho.  Por alguna razón, en nuestros pasados hemos distorsionado La Verdad por intenciones egoístas, las que obstaculizan nuestra percepción de La Verdad.  Las intenciones erróneas basadas en la ignorancia son lo que crea el karma negativo, resultando en nuestro sufrimiento.  Ya que cada uno de nosotros ha creado esta situación por nuestras propias creencias, acciones, y comportamientos, somos responsables en corregirla.  No obstante, cada momento de sufrimiento es una oportunidad de despertarnos a nuestra conexión con lo Divino.  Tenemos que realizar el trabajo espiritual en nuestros cuerpos y mentes para experimentar directamente  esta Realidad que siempre está presente.  Solo si estamos dispuestos a pagar el precio con nuestro esfuerzo, nuestra determinación, y nuestro compromiso, podemos cambiar los patrones y hábitos inconscientes que conducen al delirio y la desesperación. 
     
EL SENDERO ÓCTUPLE: UNA GUÍA PARA LA PRÁCTICA ESPIRITUAL

            El  Sendero Óctuple es una guía para el vivir bien, que el Buda presentó hace 2,500 años.   Contiene la sabiduría basada en la observación pragmática que todos tendemos a sufrir en la vida, debido a nuestro deseo fundamental buscando la felicidad en cosas imperdurables y superficiales.  Nuestra cultura nos ha dicho que los placeres momentáneos ganados por el estímulo sensual, las posesiones, y el confort van a satisfacernos, trayéndonos la alegría completa.  Puesto que estas cosas no pueden satisfacernos por completo, llegamos a sentir mucha frustración y confusión.  Este descontento, frustración, y confusión es lo que el Buda quería decir por la palabra ‘sufrimiento’.  Aunque todos experimentamos este sufrimiento en la vida, la reacción típica es hacer más de lo mismo: comprar más, hacer más, y  encontrar más estimulo. Lamentablemente esto solo sirve para encubrir el sentimiento de que todavía nos falta algo adentro, que en alguna forma estamos enfermos espiritualmente.  Al reconocer la enfermedad, se puede buscar la cura.  El Buda, como un médico espiritual, nos dio una manera muy eficaz para curarnos del sufrimiento. Su antídoto se llama EL SENDERO ÓCTUPLE. 
            El primer paso es la recta comprensión de la enfermedad, lo que pertenece a las leyes fundamentales del universo, “dharmas” en sanskrito, incluyendo: las causas y remedios del sufrimiento, los patrones enfermizos y psicológicos del karma, el renacimiento como un intento de purificar karma, la interconectividad del todo, y el delirio de creer en un ego inexistente.  Para liberarnos de los viejos patrones mentales e emocionales, los que nos llevan al sufrimiento, tenemos que desarrollar la recta intención de practicar espiritualmente, renunciando los deseos egocéntricos, liberándonos de la confusión que ha causado el sufrimiento, y dejándonos la oportunidad de regresar a una identificación con Lo Eterno dentro de nosotros.  Al despertar la recta intención, debemos poner en práctica la recta habla, la recta acción, y el recto sustento.  Tarde o temprano, comenzamos a darnos cuenta  que nuestras palabras y nuestro comportamiento les afectan a los demás en nuestro alrededor.  Si actuamos sin pensar, podemos causar dolor tanto a otros como a nosotros mismos.  Lo que sembramos, cosechamos.  Por nuestras decisiones, acciones, e intenciones, estamos eligiendo a contribuir o al bienestar del mundo, o a su sufrimiento.    Todo es parte de una red de conexiones, un complejo infinito de interdependencias y ecosistemas.  Somos parte de la Naturaleza, la que tiene un valor intrínseco.  Los budistas buscan maneras de vivir en paz con la Naturaleza, disminuyendo el daño ambiental, y contribuyendo al equilibrio y harmonía del planeta. 
            El sexto paso del Sendero Óctuple es el recto esfuerzo, la energía requerida para hacer cambio en nuestras vidas, comenzando con la meditación diaria como un hábito sano y continuo. Sin embargo, sentándonos tranquilamente sobre un cojín es solo la mitad del esfuerzo requerido.  La otra mitad se trata de entrar en el mundo, enfrentando la vida justo como es, aplicando la ética, la responsabilidad, y la consciencia a cada situación como surge.  Cuando estamos atentos a las intenciones que crean karma negativo, las que crean el sufrimiento, tratamos de cambiar estos patrones en formas sanas y saludables, una  expresión del amor Cósmico, sin deseo ni egoísmo.   El séptimo paso del Sendero Óctuple es la recta atención, o sea la atención vigilante.  Aprendemos a mantenernos atentos a lo que está pasando en el presente, evitando la tendencia de vivir en un pasado desaparecido o un futuro inexistente.  Se aplica esta atención vigilante para romper  los patrones destructivos  y para desarrollar la compasión y la sabiduría en la vida cotidiana.  El octavo paso del Sendero Óctuple es la CONCENTRACIÓN, la cual se practica en la tradición de la Meditación de Serena Reflexión, una forma del Zazen.  Cuando nos sentamos en silencio, equilibramos nuestro cuerpo y mente, observándonos sin reaccionar, descubriendo nuestra identidad basada en la compasión, la imparcialidad, la ecuanimidad, y la gratitud.  Todo lo que debemos aprender sobre la VERDAD comienza con la meditación, la que puede revelar la experiencia directa del Infinito revelándose como nuestra naturaleza búdica en la vida cotidiana.  La meditación y la práctica del Sendero Óctuple son fundamentales en nuestra práctica espiritual, y juntos, pueden revelar los Misterios del Universo.  Como Dogen, el maestro famoso del siglo 13 escribió, “Zazen es simplemente la práctica natural y placentera de un Buda, la realización de la sabiduría del Buda.”

BIBLIOGRAFÍA
Bodhi, Bhikkhu.  The Noble Eightfold Path.  Pariyatti Publishing: Onalaska, WA. 2008.
Carré, Patrick (Trans).  Soûtra de la Liberté inconcevable.  Librairie Arthème Fayard : France, 2000.
Dogen, Eihei. “Rules For Meditation” An Introduction to the tradition of Serene Reflection Meditation como encontrado dentro del      libro  The                 Liturgy of the Order of Buddhist Contemplatives for the Laity, compilado por Maestra Reverenda P.T.N.H. Jiyu-Kennet, M.O.B.C., 2a   edición,  Mt. Shasta, California: Shasta Abbey Press, 1990.
Jiyu-Kennett, Roshi P.T.N.H.  Zen is Eternal Life.  Shasta Abbey Press: Mount Shasta, CA. 1999.
Morgan, Daishin.  Buddha Recognizes Buddha. Throssel Hole Press: Northumberland, United Kingdom, 2010.
Shasta Abbey.  Zen Training.  A Special Issue of The Journal of Shasta Abbey. Vol. XIII, May-August 1982.  Mt. Shasta, CA., 1983.

OZMO PIEDMONT, PH.D. 
Meditación Budista Zen (MBZ)     
Teléfono: (33) 1523-7115. 
Web: meditacionbudistazen.blogspot.com
Correo: ozmoofoz@gmail.com

MEDITACIÓN BUDISTA ZEN: UN ESTILO DE VIDA

MEDITACIÓN BUDISTA ZEN:
UN ESTILO DE VIDA
Ozmo Piedmont, Ph.D.

Todos queremos ser libres, encontrar el amor, y comprender el sentido de nuestras vidas.  La Meditación Budista Zen nos ofrece los métodos para el estudio de nosotros mismos para lograr estas metas.   Los cimientos de La Meditación Budista Zen se basan en la experiencia y la perspicacia conseguidas por medio del acto de sentarse en el silencio por unos minutos diarios, y la transformación que puede traer a la personalidad de cada uno. Efectivamente se cambian los patrones de cómo se piensa y cómo se ve la vida, y por consiguiente, se cambia como se experimenta el mundo. 
            La Meditación Budista Zen tiene métodos y enseñanzas  aplicables a toda área de nuestras vidas.  Nos muestra como conectarnos a una fuente infinita de amor, sabiduría, y compasión, lo que es una Presencia sin nombre, sin comienzo, y sin fin, tanto impersonal como íntimo, inalterable pero a la vez adaptable a todas las necesidades y circunstancias.  La Meditación Budista Zen nos guía en el auto-descubrimiento como una investigación del espacio interior de la consciencia.  Puede  ayudarnos en contestar las preguntas existenciales como: ¿quienes somos?; ¿por qué estamos aquí?; y ¿cómo vivir en el mundo? Meditación Budista Zen nos abre una vía directa con el Misterio de La Vida, un saber fuera del rango de nuestras mentes racionales y dualistas.  Aprendemos como transformar nuestro ego para re-descubrir nuestro verdadero Sí Mismo, lo que es uno con el Universo. 
            La Meditación Budista Zen no sólo consiste en sentarse en silencio sobre un cojín, sino se requiere incluso un involucramiento activo con la vida cotidiana, enseñándonos principios de respecto, ecología, compasión, ética, moralidad, perspicacia, y belleza.    Es como tener dos alas para volar: se requiere el silencio interior junto con la investigación activa en la práctica espiritual.  De tal forma, se aprende como ser libre, alegre, y en paz con el mundo y con uno mismo.
Quietismo: Egoísmo Espiritual
          En la práctica de la meditación, hay un peligro que puede surgir que se llama “quietismo”, un aspecto del egoísmo espiritual.  Esto surge cuando se ha logrado un cierto nivel de desarrollo, disfrutando la meditación sentada y disfrutando la serenidad que nos trae.  Sin embargo, si se apega a este estado de serenidad, puede llegar a ser un obstáculo en el camino de la práctica espiritual.  Para prevenir esto, hay que enfocarse  en el trabajo frente a uno, buscando la oportunidad de ayudar a los demás para aliviar el sufrimiento.  Con esta actitud, se comporta como el bodhisattva Kánzeon, la personificación de la compasión en nosotros, la que oye los gritos del mundo de los que están sufriendo.  Un bodhisattva es un ser que, por su esfuerzo y práctica espiritual, se ha purificado tanto que está al punto de entrar por fin en la Nirvana, o sea la liberación total del sufrimiento. No obstante, justo al momento de entrar en la Nirvana, se voltea, mirando atrás a todos los seres queridos, sus padres, sus familiares, sus amigos, todos ellos atrapados por el delirio y la ignorancia al mundo, los que van a quedarse atrás en el mundo del sufrimiento, y se da cuenta que no puede dejarlos así.  Por la compasión, hace el sacrificio más supremo, y renuncia su salvación personal, comprometiéndose a quedarse con ellos, ayudándoles a todos a liberarse, posponiendo su propia salvación hasta que el último ser del universo lograra a entrar en el Nirvana también. 
            Esta imagen es un símbolo de cómo estar en el mundo.  El apego al estado de serenidad individual sentado sobre un cojín es una barrera cuando tratamos a alejarnos del mundo y buscamos solo nuestra propia liberación personal.  Frente a esta actitud, hay que volver al mundo y la sociedad, involucrándose  en los problemas que surgen cada día en la sociedad, en la familia, y con nuestros vecinos.  Al enfrentar el sufrimiento del mundo, se lo hace preguntando al Infinito: “Qué es bueno hacer ahora?”  Luego, se dispone a seguir el consejo que nos llega del Infinito, en la forma de una intuición, una visión, una sensación, o palabras directas en la mente.  La Iluminación es posible en esta vida misma, si uno está preparado a hacer el trabajo necesario aquí y ahora, basándose en la meditación silenciosa y la práctica activa en el mundo. 

¡Descúbrete!
Los Budistas creen que todo ser tiene el derecho de ser libre y en paz, enseñando que hay una ley fundamenta del Universo que se llama “anicca”, lo que significa “imperdurable,” que todo cambia continuamente, incluso el cuerpo, la mente, y nuestra forma de pensar y actuar. No estamos condenados a vivir en una forma rígida e inalterable basado en la ignorancia, sufrimiento, y el delirio.  Se puede elegir en cada momento una nueva forma de responder a las situaciones difíciles de la vida.  Lo importante es quien eres en este momento presente, aquí y ahora.  Puesto que todo cambia, cada uno puede cambiar su actitud y reacción al mundo.  En este sentido, el ego puede servir como una herramienta en el descubrimiento de la identidad verdadera, la que es la Naturaleza Búdica, el Sí Mismo real.  El ego puede apoyar la transformación, utilizando la fe y la esperanza para abrirse al Dharma como algo real. 
            El Dharma, o sea las enseñanzas del Budismo, puede liberarnos del sufrimiento y de los sentimientos insatisfactorios de la vida. Solo requiere tomar el primer paso en una nueva dirección, escuchando la voz interior del corazón, indicando en cada momento donde caminar.  Si se escucha esta sabiduría innata, se descubre la alegría más profunda que ni se puede imaginar.  Se descubre que todos somos perfectos justo como somos, porque todo es parte del Infinito manifestándose aquí y ahora como la Vida en sí.  Nuestro karma, o sea consecuencias resultando de nuestras intenciones del pasado,  se le muestra a cada uno exactamente lo que se debe ver para liberarse y descubrir su conexión con Lo Infinito.  Esto es la invitación que el maestro siempre nos presenta, sea el maestro cósmico, el maestro interior, o el maestro personal.
                                                                                                 
La Responsabilidad Entre Maestro y Alumno
            Hay una historia folklórica que trata de  un maestro de tiro con arco.  Este maestro tenía un alumno muy celoso. En un intento de mostrarse superior al maestro, el alumno trató de matarlo, tirando una flecha directamente a él.  Sin embargo, siendo muy listo, el maestro anticipó al alumno, y tiró una flecha al mismo tiempo.  Las dos flechas se encontraron, tocándose en pleno vuelo, luego cayéndose al suelo sin hacer daño a nadie.  El alumno lamentó lo que acababa de hacer, y se le inclinó la cabeza a su maestro en signo de reverencia. 
            Esta historia tiene dos sentidos.  El primero es como el maestro debería tratar al alumno.  Es la responsabilidad del maestro guiar al alumno a un encuentro directo con el Infinito.  Habiendo cumplido esta tarea, el maestro debe retirarse a un lado para que el alumno siguiera volviéndose uno con el Infinito. 
            El segundo sentido de esta historia tiene que ver con lo que verdaderamente está haciendo esta transformación.  En su intento de ayudar al alumno, el maestro tira sus flechas a la obscuridad.  El maestro no puede saber todo.  El éxito de su esfuerzo depende finalmente en la actividad de la no-mente, lo que es la expresión del Infinito.  El maestro tira su flecha sin saber exactamente dónde va a terminar.  Tenemos que confiar por completo en el Infinito, dejándolo guiar nuestras flechas justo al blanco donde debería ser.  Igualmente, el alumno está dispuesto hacer el esfuerzo necesario en su práctica espiritual buscando el blanco del Infinito con sinceridad y confianza.  El resultado es un evento extraordinario, como cuando dos flechas se tocan en pleno vuelo.  Los dos, el maestro y el alumno, usan todas sus fuerzas, incluyendo la inteligencia, la razón, y la sabiduría.  Sin embargo, se dan cuenta de que se requiere el Infinito para que las flechas de nuestras aspiraciones acierten en el blanco de la realización y la Iluminación.  Se llega a ver lo que se llama nuestra Naturaleza Búdica, el Sí Mismo, presente en todo. Todo es consciente, vivo, y vital, y al mismo tiempo todo es justo lo que es en su individualidad.  Las dos, unicidad y multiplicidad, son dos aspectos de la totalidad.  Cuando se ve y se experimenta esta Naturaleza Búdica en todo, se aprecia como la Vida es un milagro  continuo manifestándose en cada instante.    
           
Todo Es Uno y Todo Es Diferente
            La Verdad de quienes somos y como superar el sufrimiento del mundo se reveló en el momento de la Iluminación del Buda cuando vio la primera estrella brillando en el cielo matutino.   Es el momento del Gran Despertar, que sigue despertándose desde el Buda hasta nuestros tiempos en cada uno de nosotros.  Es el despertar a la Verdad directa con la fuente de la sabiduría que se encuentra en el Infinito.  El Buda despertó al canal directo con esta fuente de agua pura del Universo.  Él se sentía el fluir de esta agua por todo su ser.  Nosotros mismos estamos despertándonos a esta misma fuente, a esta agua pura de sabiduría.  Cada vez que nos sentamos a meditar, estamos experimentando directamente esta fuente, y comenzando a canalizar esta agua pura a todo el mundo en nuestras vidas.  Nos damos cuenta que cada momento es perfecto en sí.  No es necesario buscar algo más allá de lo que se presenta aquí mismo, frente a nosotros.  No importa si se lo experimenta de una forma rápida o lenta, o si se considera a uno inteligente o torpe.  No debemos juzgar a nadie.  Ni importa de qué escuela de espiritualidad o Budismo se identifique.  La única autoridad es el más Supremo, el Infinito, lo que se encuentra en el Vacío Inmaculado y lo que se manifiesta en todas formas.  Esta fuente es absolutamente pura, porque es imposible ensuciarla.  Sin embargo, se practica espiritualmente usando los mapas, las escrituras y las tradiciones religiosas de los que han llegado a la Verdad en el pasado.  Nos ayudan a despertarnos al hecho de que estamos fluyendo con agua divina en todo momento, canalizándola por el cuerpo, la mente, y luego a todo el mundo.   Todas las escuelas religiosas y formas espirituales están revelando lo mismo.  En vez de rechazar una u otra forma, se debe apreciarlas todas como enseñanzas complementarias.  Así, se puede celebrar las diferencias, tanto en cada escuela de espiritualidad, como las diferencias en cada uno de nosotros.  Debemos ser parte de esta fuente divina y al mismo tiempo apreciar la expresión divina de nuestra individualidad. La fuente es el agua espiritual del Infinito.  Los seres individuales están conectados con todo el universo.  Todo es parte y expresión del Infinito.  Al mismo tiempo cada cosa es individual, expresando lo Infinito en su forma particular y única.  Cada uno de nosotros está canalizando esta agua pura a los demás.  Descubrimos que somos únicos y Uno a la vez.  No hay nada para rechazar, porque todos somos la expresión  directa del Infinito.  Solo hay que despertarse a su verdadera identidad en el Infinito, y el ego se vuelve una herramienta en la canalización de la sabiduría, la paz, y la harmonía a todo el mundo.   

OZMO PIEDMONT, PhD.  Director de la escuela MEDITACION BUDISTA ZEN,  ozmoofoz@gmail.com (01-33) 1523-7115, meditacionbudistazen.blogspot.com 

EL REGALO DE KÁNZEON: LA COMPASIÓN

EL REGALO DE KÁNZEON: LA COMPASIÓN
Ozmo Piedmont, PH.D.

En esta temporada, nuestros pensamientos vuelven al espíritu navideño simbolizado por la entrega de regalos. Puesto que los regalos son tan integrales a las celebraciones, vale la pena reflexionar sobre el sentido del regalo.   ¿Qué significa el acto de dar un regalo y qué queremos expresar?  El Buda dijo “Hay dos tipos de regalos: el regalo de cosas materiales y el regalo del Dharma. El mayor de estos es el regalo del Dharma.”[i]  El regalo del Dharma se basa en nuestra capacidad de dar del corazón.  Para los budistas, la palabra Dharma significa ley, verdad, o las enseñanzas del Buda.[ii]  Entonces si nuestro regalo de Navidad tiene esta capacidad de demonstrar y enseñar las leyes cósmicas del universo, entonces sirve para revelar paz, alegría, y amor, la esencia de Navidad.   Hasta los regalos más insignificantes pueden revelar este tesoro del Divino en nosotros. 
Este tesoro del budismo es descubrir Lo Eterno en nosotros mismos.  Por medio de la meditación y la práctica espiritual, se descubre Lo Divino, que siempre es presente en nuestro interior, pero encubierto por obscuraciones de codicia, frustración, y confusión, ó sea, los tres venenos de obscuraciones mentales.  Sin embargo, dentro de cada uno de nosotros son las semillas de la alegría verdadera, listas a brotar si las regamos con amor, compasión, altruismo y cariño. Esto es lo que significa la imagen de la Bodhisattva Kánzeon, una mujer de pie sobre una flor de loto, y en sus manos vierte un vaso conteniendo el agua de la misericordia y la compasión a todo el universo. 
Bodhisattvas son seres iluminados muy especiales en el budismo, los que posponen su salvación final, su entrada al Nirvana de la paz y a la Liberación completa del sufrimiento, para dedicarse al alivio del sufrimiento en todos los seres sensibles. Hacen esto por su compasión al mundo, viendo que no pueden dejar atrás a sus familiares, sus amigos, sus queridos en el mundo del sufrimiento, el samsara.  No hasta que el último de los seres sensibles en el Universo ya haya pasado al Nirvana, que por fin el bodhisattva puede entrar también. Es un símbolo de la compasión infinita, el sacrificio personal por  la liberación y el beneficio de todos en el universo.   Kánzeon es una imagen de la madre celestial, vertiendo las aguas de compasión sobre toda la tierra.  De hecho, su nombre significa “La que responde a los llantos del mundo”. 
Kánzeon es una figura bien amada y valorada por todo el Oriente, de la cual no siempre era una imagen feminina.  Su historia comienza en la India como Avalokiteshvara, un hombre celestial representado con mil brazos, cada uno con un ojo en la palma, simbolizando que él puede manifestarse en una infinidad de formas para el apoyo y la salvación de todos los que le pidan ayuda. Cuando su imagen llegó al Tíbet, su nombre cambió a Chenrezig, y comienza a verse más y más una combinación de características combinadas entre lo masculino y lo femenino, eventualmente llegando a ser asociado mucho con la imagen femenina de Tara, también relacionada con la compasión y la sabiduría.  Luego, como su culto se esparció por el resto de la China y el Oriente, se ve más y más representado como una hermosa mujer, joven o madura, dónde se llamaba Kwan-yin.  Finalmente, al llegar al Japón, su imagen ya es totalmente feminizada, y se le conoce como Kánzeon.  Es interesante notar que en todos estos países, en mucho de la iconografía se puede ver matices de los dos géneros a la vez, con cabello largo, faldas, facciones delicadas, pero con un ligero bigote sobre su boca, y con o sin senos.  Es una manera expresar simbólicamente que Lo Divino en nosotros transciende toda dualidad, y en esta transcendencia, somos uno con Lo Infinito, y todas las características psicológicamente se puede utilizar en la realización de nuestra naturaleza búdica: la fuerza física combinado con la receptividad emocional, lo dinámico con lo sensible, la compasión con la sabiduría.  La meta en el budismo es encontrar este equilibrio adentro de nosotros, y lograr la harmonía entre los opuestos, llegando a experimentar directamente nuestra unicidad con Lo que No-nace, No-muere, No-cambia, No-formado, y Lo que es Eterno en cada uno de nosotros. 
Al mismo tiempo, el énfasis que la cultura oriental a puesto sobre la imagen femenina en la forma de Kánzeon y Kwan-Yin nos muestra la cualidad más accesible para el descubrimiento del Infinito en nuestras mentes y corazones, la que se conoce como la compasión.  Puesto que Kánzeon responde a los gritos del mundo, ella responde a las necesidades de cada persona en exactamente la manera que se necesita para aliviar su sufrimiento y encontrar la paz.  Tal vez esto es lo más importante, amar cada momento y a cada persona de esta forma, simplemente hacienda lo que hay que hacer aquí y ahora, valorándonos el uno al otro, y abriéndonos a la paz, es todo lo que se necesita hacer.
Y el tiempo perfecto para practicar esta actitud, mostrando nuestro amor y apoyo, es durante la Navidad.  En vez de dar a los demás desde la perspectiva de la obligación, el deseo, o el materialismo, se puede utilizar el acto de dar regalos como una práctica espiritual, expresando la consciencia divina en nuestros corazones que busca la forma más adecuada para traer la alegría a los demás, mostrando nuestro estima y apreciación a nuestros queridos y amistades.  Y como Kánzeon, se espera que este acto de entrega y compasión se extienda más allá de nuestro círculo familiar.  Porque cuando se da incluso a los desconocidos, los desamparados, y los desafortunados, esto es la expresión más pura de la compasión, ya que sin buscar reconocimiento ni recompensa, traemos la paz y la alegría a todos, sin considerar si la persona lo merece o no. Así amamos incondicionalmente, y este amor puede suavizar todas las penas del mundo.  Esta clase de amor es activa, mostrándose por medio de actos de caridad y cariño.  Se puede donar tiempo, comida o dinero a organizaciones de caridad.  Pero lo que es igualmente importante es buscar por todo el año lo que no cuesta nada material, el regalo de la compasión: comprensión, solidaridad, paciencia, y aceptación.  En vez de criticar ó juzgar a los que están a  nuestro alrededor, tomemos un momento considerar como ayudar al otro en la forma más apropiada.  A veces una palabra suave, una sonrisa, o un gesto de apoyo pueden aliviar mucha tensión y  estrés en el trabajo o el hogar.  Cuando surgen las sensaciones de enojo, irritación, impaciencia, y molestia, es el momento de dejar la compasión manifestarse.  Los budistas zen consideran estos momentos de crisis muy valiosos para limpiar nuestro karma y liberarnos, tanto nosotros como a los demás, del sufrimiento.  Se lo hace por medio de la aplicación del triple AAA, lo que representa Abstener, Atender, y Aprender.   Primero, cuando una situación nos estimula una emoción fuerte, se toma un momento para no reaccionar instintivamente, puesto que este instinto la mayoría de las veces se basa en el condicionamiento, el cual refuerza el egoísmo.  Se requiere el esfuerzo interior de no reaccionar al mundo basado en los venenos se las obscuraciones mentales, conocidos como las kleshas en budismo: la codicia, la frustración, y la confusión.  El segundo paso es Atender a la sensación, observando muy atentamente la emoción y los pensamientos, sin intento de eliminarlos, reprimirlos, ni fomentarlos más.  En el acto de observarlos con atención vigilante, terminando de identificarnos por completo con el objeto de observación, la sensación de molestia ó frustración.  En estos momentos de observación, se puede comenzar a percibir que la emoción comienza a disminuirse poco a poco, puesto que no se le está alimentando de ninguna manera, hasta que por fin desaparezca.   Ya se puede literalmente pedir ayuda a Kánzeon, buscando lo que es bueno hacer en este momento, lo que puede aliviar el sufrimiento y resolver el problema.  Este es el acto de caridad y compasión, lo de no hacer lo que es instintivo basado en los hábitos egoístas.  En este momento, uno efectivamente está identificándose con Lo Infinito, en la forma de nuestra naturaleza búdica, que tiene la cara de Kánzeon, la bodhisattva de la compasión.  Al recibir esta inspiración de cómo proceder, se da por completo al acto, con toda confianza y sin miedo.  Ya es el momento para el tercer paso, el de Aprender.  Es el momento para reflexionar en que pasó, revelándonos nuestros propios patrones de karma. Incluso, consideramos si nuestras acciones están de acuerdo con las enseñanzas del Buda expresado en su ética del Dharma y el principio de compasión simbolizado por Kánzeon.  En este aprender, se considera  lo que hemos hecho bien, y lo que se puede mejorar para la próxima vez que el mismo patrón surgiera. 
Este proceso puede tardar unos segundos o unos días.  De todos modos es un acto de amor y compasión, porque ya no somos víctimas de las tendencias que nos causan dolor y sufrimiento del pasado.  Hemos actuado basándonos en la sabiduría del Universo.  Y nuestras acciones son libres de egoísmo y karma negativo.  Si se puede practicar de esta forma en la vida cotidiana, se despierta a lo más puro del sí mismo, lo del amor infinito.  Así, se vive cada día como Navidad, porque cada día se vuelve un regalo de paz y compasión.  Tal regalo va más allá de cualquier religión ó dogma.  Es el corazón de Universo, y la cara de Kánzeon.


[i] Bhikkhu Ñanamoli. 1992. The Life of the Buddha. Pariyatti Editions: Onalaska, WA., USA. p. 200.
[ii] Roshi Jiyu-Kennett. 1999. Zen is Eternal LIfe.  Shasta Abbey Press: Mount Shasta CA., USA. p. 308.

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martes, 23 de agosto de 2011

SEDA Y ACERO

SEDA Y ACERO
Ozmo Piedmont, Ph.D.

¿Qué es un ideal espiritual y como se puede practicar con él? El ideal es un estándar espiritual, un blanco al que apuntamos con la flecha de nuestra aspiración.   Para un budista, acertamos cuando encontramos nuestra identidad en el Buda, nuestra Naturaleza Búdica, tratando de llegar a ser más y más como el Buda cada día en nuestras acciones y en el mundo.  Los Preceptos nos guían en este esfuerzo, recordándonos que para volvernos un Buda, podemos comenzar imitando el comportamiento de un Buda basándonos en la sabiduría y la compasión.  En “La Escritura de la Gran Sabiduría,” se lee: “Oh Buda, yendo, yendo, yendo más allá, y siempre yendo más allá – siempre LLEGANDO A SER Buda. ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!”[1]  Nuestra aspiración es llegar a ser Buda, mientras practicamos cada día hacia este ideal.  Es como si estuviéramos apuntando a un blanco en la misma manera como un maestro arquero, como él que se menciona en “El Más Excelente Espejo – Samadhi”  donde se lee: “El maestro de tiro con arco puede dar en el blanco incluso a cien metros gracias a su elevada y justa técnica.  Pero cuando las flechas se tocan en pleno vuelo, se pasa mucho más allá de las habilidades de los hombres ordinarios…Esto es mucho más allá de la consciencia común, más allá del pensamiento.”[2]  Para lograr nuestro ideal personificado en el Buda, tenemos que ir más allá de nuestras habilidades ordinarias y nuestros modos de pensar y actuar normales.   Tenemos que encontrar nuestra conexión al Infinito, lo que se encuentra ya en nuestro interior, lo que se llama “El No-Nace, No-Muere, No-Se-Crea, y No-Se-Cambia.”  Cuando abrimos nuestros corazones al No-Nace, algo comienza a funcionar dentro de nosotros, guiándonos, mostrándonos el camino a nuestra emancipación espiritual.  No podemos hacerlo solos; debemos encontrar lo que es más allá del pensamiento y consciencia normales. Rindiéndonos al Divino, descubrimos la fluidez de acción, una harmonía que puede apoyarnos y dirigirnos en la vida cotidiana.  Entonces las dos flechas, las de nuestra aspiración y el Divino esperándonos, se pueden encontrarse en pleno vuelo, revelándonos nuestra naturaleza verdadera y mostrándonos la Realidad de nuestra existencia.   

Hacia esta meta de Realización comenzamos justo donde estamos en este momento, con todas nuestros inseguridades, complejos, y defectos.  Estos vuelven el enfoque de nuestra práctica espiritual, y por medio de ellos, nos purificamos nuestros patrones negativos, nuestro karma, liberándonos del sufrimiento.  Como se lee en la escritura del Sandokai: “Los fenómenos y la esencia encajan como caja y tapa.  Este principio es como dos flechas que se encuentran en pleno vuelo.  Al recibir estas palabras debéis comprender su significado. No construyáis vuestras propias categorías.”[3]  Hay que encajarse bien el fenómeno y la esencia, nuestro ideal y el punto en que estamos con nuestra práctica, como una caja y su tapa.  Acomodamos las enseñanzas a cada situación como se necesita en cada momento, siguiendo los estándares establecidos por el Buda y otros practicantes quienes se han realizado directamente la Verdad de su existencia.  Luego, incorporamos estos estándares en nuestra práctica como una regla midiendo nuestro progreso hasta entonces y apuntándonos hacia la dirección justa para seguir adelante, dando entonces lo Infinito la oportunidad de conectarse con nosotros en nuestro trabajo y nuestra práctica, guiando y transformándonos en nuestras vidas por el proceso. 

De hecho, nuestra práctica es como lavarse la seda y templarse el acero.  El maestro Zen japonés contemporáneo Shunryu Suzuki[4] usa estas metáforas para demonstrar la calidad de nuestra práctica y los resultados que se nos da.  Él dice que en Japón, la palabra “neru” refiere al acto de lavarse la seda cruda para que se pueda usarla luego en el tejer de fábrica.  Hay que lavar la seda varias veces, una y  otra vez, para que se quite las impurezas poco a poco, volviendo la seda blanca, pura, y suave.  A tal punto, ya se puede usarla para crear bellas telas y prendas.   Nuestra práctica espiritual es como hacernos “neru” al yo chico, en lo que nos lavamos a nosotros mismos, quitándonos de las impurezas principales de la mente del ego: el deseo, la aversión, y el delirio.  Al practicar así, poco a poco nos liberamos y nos purificamos, llegando a ser suaves, compasivos, y benevolentes en nuestras acciones de la vida cotidiana, como el Buda.  Esto nos genera la alegría en nosotros y nos mejora nuestro contacto con los demás, los que nos buscan ya nuestra compañía y nos consideran nuestro consejo puesto que pueden sentir el amor, aceptación, paciencia, y sensibilidad en nuestro tratamiento con ellos. 

Al mismo tiempo, nuestra práctica es como templarse el acero.  Antes de que se puede fabricar una espada del acero crudo, se debe templar el metal, metiéndolo al fuego y golpeándolo una y otra vez, para que el acero se vuelva más fuerte, duro, y más resistente.  Nuestra práctica es así.  Al encontrarnos con los varios desafíos de la vida, el crisis financiero, la muerte de un querido, la enfermedad, la vejez, y el cambio continuo, estamos como pasándonos por el fuego de la vida.  Cuando se enfrentan estos desafíos con claridad, aceptación, y La Verdad, entonces los mismos desafíos nos templan, haciéndonos más fuertes y más resistentes a los altibajos de la vida, dándonos la habilidad de enfrentar las dificultades sin desviarnos en nuestra comprensión y firmeza espiritual.  Aunque experimentemos muchas pérdidas y dolores en la vida, descubrimos que nuestra paz y bienestar no dependen en factores externos.  Somos ya tan fuertes como acero en nuestra determinación para enfrentar la vida justo como es.  Nos templamos nuestros deseos, moderándolos para que no nos bloqueen nuestro bienestar.   Nos templamos nuestras emociones y nuestros sentimientos, poniéndolos en acuerdo con los Preceptos, volviéndolos la expresión directa de nuestra Naturaleza Búdica.  De esta manera, nos volvemos suaves y duros, como la seda y el acero, puros y fuertes en nuestra aspiración y nuestra determinación, despertándonos a nuestro Sí Mismo verdadero en lo Eterno. 


[1] P.T.N.H. Jiyu-Kennett. “The Scripture of Great Wisdom.” The Liturgy of the Order of Buddhist Contemplatives for the Laity, second edition.  Shasta Abbey Press: Mt. Shasta, CA., USA. 1990.
[2] Ibid. “The Most Excellent Mirror – Samadhi”.
[3] Ibid. “Sandokai”.
[4] Suzuki, Shunryu. Libre de Soi, Libre de Tout (Original: Not Always So : Practicing the True Spirit of Zen, San Francisco Zen Center, Harper Collins, 2002).  Éditions Du Seuil : Paris, France. 2011.

viernes, 29 de julio de 2011

EL LABRADOR

EL LABRADOR
Ozmo Piedmont, PH.D.


En la Tripitaka, el Canon Pali, el Buda utilizó una metáfora muy genial para demostrar el sentido de la práctica espiritual en la vida cotidiana,  comparándose a sí mismo a un labrador en el campo arando la tierra y sembrando la semilla.  Cuando un granjero le preguntó por qué se consideraba un labrador si no llevaba ni arado ni semillas, el Buda contestó:
                Mi semilla es la fe, mi lluvia el control,
                Mi arado y mi yugo son el entendimiento,
                Mi palo es la consciencia, la mente es mi lazo,
                Y la atención vigilante mi zapato y mi aguijón.
                Cauteloso en el cuerpo y el habla
                Y moderado en el uso de la comida,
                La Verdad es el cosechar que hago,
                La paciencia es como quitarme el arnés,
                Mi buey enjaezado es la energía,
                La que se recurre para que cese la esclavitud,
                Pasando a donde no hay tristeza
                Y nunca más volviéndose atrás.
                Arar así es lo que hago;
                Lo que tiene la inmortalidad como su fruto.
                Él que ara de esta manera se liberará
                De todo sufrimiento.[1]

Nuestra práctica comienza con la semilla de la fe, cuando algo nos llama desde adentro, invitándonos a buscar una forma de vivir en el mundo basada en la paz y la compasión, y confiamos que esta llamada es real e importante.  Cuando comenzamos a abstenernos de reaccionar en formas egoístas, entonces nos regamos con nuestra aspiración, purificando nuestro karma y encontrando la liberación del sufrimiento.  Nuestras herramientas son el yugo, nuestra práctica espiritual conectándonos al Divino, y el arado de la comprensión correcta, el que rompe la tierra dura de la ignorancia, preparando nuestras mentes para que recibieran las nuevas semillas del Dharma.  Lo que nos mantiene en el camino de la práctica es nuestra consciencia basada en la Naturaleza Búdica,  la voz interior aconsejándonos, y junto con la mente, nos mantienen bien enfocados en como encontrar el mejor camino posible.  Con la mente y la consciencia trabajando juntas, se puede desarrollar la herramienta más indispensable, la atención vigilante, permitiéndonos la habilidad de mantenernos en el presente observando sin prejuicio la realidad a nuestro alrededor.  La utilizamos como aguijón, suavemente animándonos a seguir el camino adelante.  Si estamos cautelosos con el cuerpo, su mantenimiento, y nuestra forma de comer, entonces nuestro trabajo está facilitado y más eficaz, puesto que tenemos un cuerpo saludable, fuerte, y resistente.    Nuestro cosechar es el descubrimiento de la Verdad, tanto adentro como afuera,  o sea, nos damos cuenta de nuestra conexión íntima con el Infinito.  Tener paciencia con todo lo que hacemos nos da la oportunidad de purificarnos del arnés de los tres venenos de deseo, frustración, y delirio.  Esto requiere la energía de la dedicación para liberarnos de las influencias negativas de los venenos en nuestro karma y nuestras mentes.    Con esto se logra la Iluminación, cambiándonos nuestro karma, viviendo la vida en una forma más sana.  Nos comprometemos a seguir este camino, porque se puede experimentar los resultados en carne y hueso, una paz profunda llegando a la salvación, la transcendencia de la muerte, y la liberación del sufrimiento para siempre.


1 Ñanamoli, Bhikkhu. The Life of the Buddha. (Tripitaka: Pali Canon) BPS Pariyatti Editions: Onalaska, WA. 1992. Ch.9: pp.120-121.

jueves, 21 de julio de 2011

EL CONDUCTOR

EL CONDUCTOR
Ozmo Piedmont, PH.D.

Cuando estamos en nuestros carros de la vida, ¿quién está conduciendo, nuestro karma o nuestra Naturaleza Búdica? En el Dhammapada se lee que el Buda una vez dijo: “Cuando un hombre gobierna el surgimiento de su ira como a un carruaje que se va de control, eso es lo que llamamos un conductor de carruaje.  El resto es sólo tener riendas.”[1]  La ira es un aspecto de la aversión, la que es uno de los 3 venenos de la mente.  Cuando la vida nos presenta situaciones que provocan la aversión, o sea, la ira, la irritación, la frustración, el enojo, la furia, la rabia, la molestia, la preocupación, o el miedo, son todas oportunidades para nuestra práctica espiritual.  Estas sensaciones en sí no son el problema, sino nuestro apego a ellas, lo que reafirma patrones  y hábitos inconscientes basados en egoísmo e ignorancia.  Cuando esto pasa, estamos fuera de control y nuestras acciones pueden causar dolor, pena, y sufrimiento.  En otras palabras, hemos perdido las riendas del carruaje de nuestra mente.  En vez de adiestrarnos el cuerpo y la mente en cómo guiar el carruaje para resolver un problema con perspicacia, sabiduría, y compasión, de hecho estamos presos de tendencias negativas, las que se repiten miles de veces por nuestro karma negativo.  Efectivamente, estamos causando sufrimiento tanto para nosotros como para los demás.  En cambio, cuando podemos practicar atención vigilante, como un buen conductor del carruaje, estamos en control de nuestras reacciones, absteniéndonos las tendencias que nos desvían el carruaje con acciones erróneas,  guiándolo en la dirección apropiada.  No nos desviamos ni a la dirección de la inactividad, ni en la dirección de emociones incontroladas.  Al notar el obstáculo en el camino, la situación nos exige actuar en el momento; nuestras sensaciones nos atraen la atención que deberíamos atender a algo.  Por ejemplo, si hay un bache en el camino, la sensación de preocupación, irritación, enojo, o miedo nos indica que hay peligro inminente.   Hay que evitar el bache.  Pero ¿cómo circunvalarlo?  Si estamos apegados a nuestra emoción de aversión, podríamos maldecir y soltar palabrotas el bache, lo que no sirve para nada.   Pero al notar la sensación surgiendo, la dejamos pasar, y en vez de dejar la emoción dictar nuestro comportamiento, buscamos la forma más eficaz para evitar el bache.  Es el momento en nuestra práctica espiritual que preguntamos al Infinito “Qué es bueno hacer ahora?”, dándonos la oportunidad de considerar todas las opciones, mientras que ponemos fe en una sabiduría más profunda, con una perspectiva más amplia, para que  nos aconsejara, lo que pertenece a nuestra Naturaleza Búdica.  Al recibir su directiva, actuamos con pleno corazón.  En esta manera, evitamos el bache en el camino, igual como evitamos los choques interpersonales con el mundo de nuestras familias, el trabajo, o la sociedad.   Es reconfortante recordar que no estamos solos en este camino de la vida, puesto que el consejo y la ayuda del Infinito son como tener estos sistemas de posicionamiento global, o GPS, en los automóviles.  Al apretar un botón, una voz computarizada  nos recomienda la ruta más directa para que lleguemos a la meta de nuestro viaje, diciéndonos “De vuelta a la derecha en la próxima esquina.”  Siempre se puede ignorar la voz, pero confiamos que está guiándonos para nuestro bien.  De igual forma, confiamos en El Infinito como nuestro GPS interior guiándonos en la dirección más directa.  Por medio de la meditación, la práctica y la atención vigilante, estamos encendiendo el aparato del GPS, abriéndonos al consejo disponible en este momento.  Al preguntarle al Infinito, “¿Qué es bueno hacer ahora?” estamos  apretando el botón que da lo Eterno la oportunidad para guiarnos en la vida cotidiana, ayudarnos en purificar nuestro karma, aliviar el  sufrimiento, y llegar por la ruta más directa de nuestras vidas a la meta divina, la que es la alegría y la paz del Infinito manifestándose como nuestra Naturaleza Búdica.  


[1] Curto, Roberto (Traductor).  Dhammapada: Los Aforismos del Dharma.  Longseller Publishers: Buenos Aires, Argentina. 2005.  Capítulo XVII: verso 222.