EL PRECIO DE LA VERDAD
Ozmo Piedmont, Ph.D.
¿Qué harías tú para conseguir La Verdad? ¿Qué precio pagarías para obtener la sabiduría? La Verdad es universal, es de balde y al mismo tiempo nos cuesta todo. El Buda contó una historia ilustrando este punto. Una tarde Él estaba al punto de enseñarle a la gente en medio del bosque. La luz del día comenzó a disminuir y la oscuridad crecía. Mucha gente comenzó a ofrecer sus lámparas de aceite para iluminar el sitio, para que el Buda pudiera continuar sus enseñanzas. Había una anciana que se acercó al Buda. Ella era muy pobre, una indigente sin ninguna posesión excepto su cuenco para pedir limosnas. Ella se lo ofreció al Buda para que se lo pudiera llenar con aceite y usarlo como lámpara. El Buda aceptó este regalo diciendo a la gente reunida que la virtud de esta mujer era la más excelente, porque ella había ofrecido su riqueza entera, su única posesión, su cuenco para limosnas. El cuenco en esta historia es nuestro corazón. Tenemos que vaciarlo y ofrecerlo al Infinito, para que se nos llenara con La Verdad. Como esta anciana, tenemos que desapegarnos de todo para que el Buda ilumine nuestras vidas. Cuando se le ofrece el corazón, sin expectativa, solo porque es lo que se debe hacer, se expresa la virtud más excelente. ¿Cómo aplicamos esta historia a nuestras vidas cotidianas?
En la escritura “Las Reglas Para La Meditación” por Dogen, de la que leemos al comienzo de cada reunión de meditación que tenemos, se ve escrito lo siguiente: “La Verdad es universal. ¿Cómo podría dependerse de la práctica y la Iluminación para lograrla? La enseñanza es de balde. ¿Por qué es necesario el esfuerzo concentrado para lograrla?” Estas primeras líneas de Las Reglas son un koan, un acertijo que no se puede resolver fácilmente con la razón, sino es una meditación sobre el significado que se revela poco a poco después de mucho tiempo. Llevo varios años leyendo estas líneas, pensando que las entendía bien. Sin embargo, por circunstancias relacionadas con cambios de nuestro grupo de meditación, estoy comenzando a captar en una forma más clara su significado. Es por eso que koans son tan importantes en nuestra práctica. La vida en sí nos presenta con enigmas de obstáculos, y tenemos que resolverlos por medio de la práctica espiritual, aplicando lo que estamos aprendiendo cada día en nuestras meditaciones y estudios.
Para comenzar, ¿que dicen estas líneas? Pues, leemos que “la Verdad es universal.” La Verdad es la experiencia directa del hecho de que no hay nada separado del Absoluto. Todo es uno y todo es diferente. Cada cosa, imagen, y detalle de la vida tiene su contexto y su relevancia, basadas en condiciones que en sí han surgidos de otras anteriores, creando exactamente la situación en que se encuentra aquí y ahora. Cada cosa tiene su contexto y su realidad en cada momento, cada cosa tiene su valor único en este momento. Cómo nos relacionamos a estas cosas es parte el trabajo espiritual. Al mismo tiempo, todo es parte y reflejo del Absoluto. Todo es una expresión de la armonía y perfección del Infinito. En su fondo, todo es una expresión de esta perfección, aunque, claro, puede ser muy difícil entender esta perfección enfrentando los muchísimos problemas y contradicciones que cada uno de nosotros vemos cada día. Pero esto es el Zen, descubrir en cada momento de nuestras vidas la conexión con la armonía y perfección Divinas. Entonces, esta Verdad está revelándose y enseñándonos durante todo el día en toda experiencia.
Si es por doquier esta Verdad,” ¿cómo podría dependerse de la práctica y la iluminación para lograrla?” Aunque el Infinito está en cada hoja del árbol, y en cada célula de nuestro cuerpo, estamos inconscientes la mayor parte del tiempo de esta realidad. Ignoramos esta belleza y armonía a todos lados porque estamos ciegos por nuestro delirio egoísta, creyendo que estamos aislados y separados del resto del Universo, atrapado en un cuerpo individual, compuesto de un ego ya formado y permanente. Pero el Buda nos ha enseñado que esta creencia es falsa, un concepto erróneo, la base de todos nuestros problemas. Es nuestro apego a una idea de un ser permanente y solo lo que nos ha causado nuestro miedo por qbúsqueda en sustituir esta inseguridad con distracciones de placeres y sensaciones agradables. Cada uno de nosotros es como un bloque de madera conteniendo la verdad de su cara original. Tenemos que tallar poco a poco cada día en esta madera para por fin encontrarla. La práctica espiritual se basa en la aplicación de los Preceptos en nuestras vidas. Este esfuerzo es nuestro cuchillo para cortar la ignorancia y revelar la Verdad de nuestra conexión al Divino, o en otras palabras, trabajamos para purificar nuestro karma lo suficientemente para descubrir en nuestra vida la expresión directa de nuestra naturaleza búdica, experimentada como la paz, la alegría, y el amor. Este trabajo purifica nuestro karma, dejándonos redescubrir nuestra conexión con lo Infinito. Dogen dice que la práctica es la Iluminación en sí. Por medio de esta práctica continua, encontramos nuestro Buda interior, nuestra naturaleza búdica.
Luego leemos que “La enseñanza es de balde.” Es como decir, experimentar esta Verdad directamente no depende en ninguna condición exterior. No puedes comprar la Verdad. No puedes forzar el Infinito en revelársela. De hecho, no puedes hacer nada para lograrla, puesto que La Verdad es principalmente “Vacío”, lo que quiere decir que no está condicionada en nada, no depende en nada. Es eterno e infinito. No tiene comienzo ni fin. Si su conseguir dependía en algo condicionado, quedara la posibilidad que no esté presente en algún momento, y no pudiéramos experimentarlo. De hecho, nunca estamos separados del Infinito en ningún momento. No hay nada fuera de esta Realidad.
Pero “¿Por qué es necesario el esfuerzo concentrado para lograrla?” ¿Por qué tenemos que practicar espiritualmente? Aunque el Universo es perfecto y no falta nada en su totalidad, individualmente hemos bloqueado nuestra percepción de este hecho. Por alguna razón, en nuestros pasados hemos distorsionado La Verdad por intenciones egoístas, las que obstaculizan nuestra percepción de La Verdad. Las intenciones erróneas son lo que crea el karma, resultando en nuestro sufrimiento. Ya que cada uno de nosotros ha creado esta situación por nuestras propias creencias, acciones, y comportamientos, somos responsables en corregirlo. No obstante, cada momento de sufrimiento es una oportunidad de despertarnos a nuestra conexión con lo Divino. Solo queriendo despertarnos no es suficiente. Tenemos que realizar el trabajo espiritual en nuestros cuerpos y mentes para experimentar directamente esta Realidad que siempre está presente. Tenemos que ser conscientes de como hemos creado este sufrimiento. Solo si estamos dispuestos a pagar el precio con nuestro esfuerzo, nuestra determinación, y nuestro compromiso, podemos cambiar los patrones y hábitos inconscientes que conducen al delirio y la desesperación.
Entonces, surge la pregunta, “¿Cuál es el precio que estés dispuesto a pagar por La Verdad?” En el Occidente, el dinero representa la jerarquía de nuestros valores. Si pagas por algo un alto precio en dinero, se supone que tiene un alto valor. Por lo tanto, se lo valora más, porque se requiere mucho esfuerzo para tener el dinero para lograrla. Esta actitud refleja dónde ponemos nuestro enfoque y que valoramos más. Un amigo me llamó recientemente pidiendo consejo espiritual. Sin embargo, por falta de recursos, no tenía mucho dinero para pagarlo. Durante nuestra conversación, me informó que no tenía dinero porque gastaba todo su dinero en cervezas. Había llegado a tal extremo que no podía proveer por su familia. Estaba perjudicando su propia salud y la salud de todos los que amaba a su alrededor. Resultó claro que el Dios de esta persona era la cerveza. Estaba dispuesto a dar todo para conseguir otra cerveza. Por supuesto, esto es una enfermedad. Pero no es distinto de todas nuestras adicciones en la vida cotidiana. Decimos que queremos paz, tranquilidad, y amor. Pero en vez de dar lo requerido para lograrlo, enfocamos nuestros recursos en donde de verdad lo valoramos: en vacaciones, pasatiempos, fiestas, ropas, cenas, televisión, cine, alcohol, y diversiones. Los ancestros y maestros del pasado pagaron con sus vidas el conseguir de esta Verdad directa, y se sacrificaban todo para pasarlo a nosotros hoy en día. Enfrentaron los elementos climáticos, la pobreza, y el hambre. Pagaron todo para lograr su meta. Y por sus esfuerzos, estamos estudiando el Dharma hoy. Esto me ha causado reflexionar en el precio que yo he pagado en mi búsqueda de la Verdad.
He dedicado 39 años de mi vida en la práctica y estudio de la meditación. Comenzó cuando tenía 15 años de edad, en una clase de historia cívica. El maestro había invitado unos representantes del grupo Meditación Transcendental (TM) para visitarnos y hablar sobre la meditación. Algo me conmovió mucho en oírlos, y convencí a mi papá de pagar por el curso para aprender la técnica para lograr la paz interior. Toda mi familia participó. Esto me impulsó a seguir explorando más y más lo que es la meditación. Me pregunté, “¿Por qué esto funciona?” “¿Cuáles son los mecanismos y las estructuras en el cerebro que logran este cambio?” “¿Son todas los métodos iguales o algunos son mejores que otros en traer cambios en la mente y el cuerpo?” Así comenzó toda una vida de búsqueda, en que exploré más que 50 formas de meditación de muchas espiritualidades de distintos países de todo el mundo, incluyendo el Budismo Theravada, Mahayana, Tibetana, y Zen. Además estudiaba Hinduismo, Taoísmo, Misticismo, Chamanismo, Sufismo, espiritismo, New Age, Reiki, yoga, tantra, Vedanta, y Shaivismo de Kashmir. Me dediqué al Yoga Integral de Sri Aurobindo, al Yoga de la Realización del Sí Mismo de Ramana Maharshi, a la psicología transpersonal, al análisis, la psicoterapia, y la danza de Broadway. Mis maestros espirituales incluían Rev. Ellen Resch en Nueva York (una mística canalizando maestros espirituales y enseñando Budismo), Robert Johnson en San Diego (un psicoanalista famoso y alumno de Carl Jung), Gangaji en San Francisco (maestra de La Realización del Sí mismo de Ramana Maharshi y discípulo del maestro Hindú Pápaji) , y Rev. Maestra Meiten McGuire en Canadá (monje zen y discípulo de Rev. Maestra Jiyu-Kennett).
Me fui a la India varias veces, visitando templos y gurús en todos lados. Trepé Arunachala, la personificación del Dios Hindú Shiva en la forma de una montaña. Ahí, en una cueva al cumbre de la montaña, un yogui vivía años en ayunas, sosteniéndose con nada más que la meditación y su yoga que transformaba la luz en sustento nutritivo. Me bendijo y me ofreció una bebida extraña, la que tomé con gusto, posiblemente arriesgándome la vida por la falta de higiene. Sin embargo, pensé que no había viajado por la mitad del planeta solo para llagar a este momento, y luego perderlo por temor de enfermarme. Tomé lo que me ofreció. En la India, me afeité la cabeza en un templo por el mérito y la bendición dirigido a mis familiares y amigos. Visitaba monasterios tibetanos, ashramas hindús, y templos dirigidos por yoguis adeptos. Hasta me fui a la selva donde enfrenté con una pantera negra en medio de una sala de meditación gigantesca como parte de una iniciación espiritual. En otro templo medité en un loto colosal construido al honor de Sri Aurobindo en lo cual albergaba una esfera de cristal midiendo un metro en diámetro, reflejando la luz del sol como miles de estrellas a la cámara redonda alrededor cubierta de mármol blanco.
He participado en rituales exitosos de danza para traer la lluvia después de una sequía prolongada. He estudiado una licenciatura, una maestría, y un doctorado en filosofía, psicología y religiones comparadas. Me he sentado en meditación en desiertos, montañas, playas, selvas, templos, y monasterios por todo el mundo. He enfrentado demonios, enfermos, y los poseídos por sus miedos. He superado enfermedades y enfrenté hasta la muerte en sí. Hice todo esto, no porque pensaba que fue algo atrevido o por diversión. La única razón fue que no podía vivir sin conocer la Verdad, igual a respirar aire. Y estaba dispuesto a pagar con mi vida lo que anhelaba. Nada, absolutamente nada, podía detenerme en mi búsqueda. Es lo que tenía que hacer, y seguiré haciendo, o moriré en el proceso.
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