RÍNDETE
A LO SAGRADO
Charla Dharma 09/DIC/2018
Ven. Dr. Hyoenjin Prajna
La brisa del amanecer tiene
secretos para ti.
No duermas más.
Pide lo que necesitas de verdad.
No duermas más.
La gente viene y va por el umbral
donde los dos mundos se tocan.
La puerta es redonda y está
abierta.
No duermas más.
~Rumi
La Gran Vía no tiene puerta,
Se la acerca por mil maneras.
Una vez pasado este punto de control
Recorres por todo el universo a grandes zancadas.
~El Prefacio, El Punto de Control Sin Puerta
Estas dos citas hacen referencia a una puerta sin
puerta, un umbral por el cual se debe pasar para llegar a lo sagrado. Sin
embargo, para pasar por esta puerta, no es por un logro físico, ni control
mental, sino por rendición al no saber, al no hacer, a la Fuente de todo, la
Vía en sí. Tuvimos la oportunidad este fin de semana de probar este acertijo.
Nos sentamos durante toda la noche en silencia meditando para celebrar el Gran
despertar del Buda. Literalmente tuvimos que batallar con el sueño, lo que nos
jalaba a la inconsciencia, resistiendo la tentación a dormir, y con gran
perseverancia, enfrentar nuestros miedos, derribarlos, para llegar al silencio
de lo sagrado. Fue duro. El cuerpo se queja. El cerebro resiste. Se cuestiona,
“¿Por qué?” “¿Por qué me quedo así, sentado toda una noche, en el frío y la
oscuridad, dolido y cansado, sentado en meditación? “¿Qué es esto?” No es
lógico. Pero este fin de semana, un grupo valiente de bodhisattvas aceptaron el
reto para encontrar esta puerta de no puerta y recorrer la Vía que llega a lo sagrado.
Llegaron, no por un beneficio monetario, no por consideraciones mundanas, sino
por fe en el maestro, fe en un camino, fe en una práctica espiritual que les
invita a descubrir lo Esencial, lo sagrado.
Lo sagrado
está aquí y ahora, en lo mundano, lo cotidiano. No es necesario viajar a la
India, China o Japón para encontrarlo. Se encuentra viendo las cosas de una
nueva manera, encontrar lo oculto en ellas. Lo sagrado siempre ha existido,
todo está impregnado de ello. Cuando te sientas en meditación, tenemos la
oportunidad de percibir que lo sagrado se está revelando continuamente. La
palabra “sagrado” significa “digno de veneración y respeto.” Su raíz, sacra,
también significa “valorado o importante”. Sentados en el silencio de una larga
noche oscura, se toma cuenta del ruido constante de la mente cotidiana y el
hábito de resistir este momento lleno de lo incómodo. La espalda se encorva, la
cabeza manea con sueño, se resiste. “No me gusta”, nos decimos, “No puedo.”
Pero aquí estás. No hay escape. Sentado sobre el cojín, pasa toda una eternidad
de espera, esperando a qué ni se sabe. Pero es justo allí que se debe encontrarlo,
en el no saber del momento, despertándose a lo sagrado, lo importante, lo que
se respeta y venera como importante.
Después
de varias horas atrapados en la impaciencia, el descontento, y la desilusión, por
fin viene la luz del amanecer. Nos habíamos subido a la azotea todavía
sumergidos en la oscuridad. Allí, en compañía de amigos, tantos de dos piernas
como los de cuatro patas, nos rendimos a lo más ordinario, un nuevo día. Pero
al mismo tiempo, nos dimos cuenta de que este evento tan ordinario es especial.
Hace 2,500 años Buda se sentó también en oscuridad total. Como nosotros, Él
dudaba. Mara se acercó, confrontándole con los demonios de sus propios
pensamientos. “¿Quién soy?” “¿Por qué estoy aquí?” “¿Cómo resolver el
sufrimiento que siento, el sufrimiento en todos lados?” “¡Oh, por dios! ¿Cómo
liberarme de esto?” “¿Qué es esto?” Y Buda, igual a nosotros, se rindió a este
momento. Se abrió al silencio, a lo ordinario, a la oscuridad, y se iluminó. El
día se reveló. El alba se presentó frente a sus ojos. Y se dio cuenta que Él
mismo se había despertado con el día. Él y el día, Él y el universo eran Uno. Y
se extendió su mano y tocó la tierra, como su testigo, que Él se había logrado
lo imposible, ya era libre, se había despertado a lo Sagrado de este mundo, de
este instante, aquí y ahora.
Lo
sagrado es evidente e inconfundible. Puede ser una intensidad o fuerza palpable,
una quietud interior, un sentido de que la fuerza obsesiva de controlar,
pelear, o hacer ya no es necesario. Se da cuenta de que lo que somos es
inseparable de la quietud y el silencio en sí. Nuestra aceptación del silencio nos
abre a lo sagrado, que puede incluir la dicha, el éxtasis, la inspiración, la
inclusividad, la expansividad, y una sensación de veneración. O puede ser
simplemente un momento de compañerismo, de estar sentados en una azotea de una
casa, con una sangha silenciosa, mirando al firmamento como cambia desde negro
a rosa a azul, oyendo los pájaros saludando el nuevo día, y estar en paz.
El
silencio profundo es la puerta a lo sagrado. Es la quietud interior que se abre
el corazón. Este silencio nos lleva más allá de lo conocido, más allá del
lenguaje, y nos abre a lo sagrado. Por medio del silencio, tomamos cuenta de la
majestuosidad de lo ordinario, la belleza y unidad a todo nuestro alrededor, el
día, los pájaros, los perros, el camión recogiendo la basura en la calle, los
trabajadores caminando o montado a bicicleta en su marcha hacia sus trabajos, el
olor de humedad, tierra, y árboles a todo lado, un susurro de amistad, de
apoyo, de alivio. Lo sagrado está siempre a nuestro alrededor y dentro de
nosotros. Sentados juntos en este momento nos experimentamos una intensa
sensación de presencia compartida. Se da cuenta de que la conciencia se
extiende más allá de lo individual. Todo, los objetos, los sonidos, los olores,
todos ocurren por la conciencia, como una gran pantalla de cine consciente de
lo que se proyecta sobre ella. Somos esta pantalla de conciencia colectiva,
esta presencia continua, lo sagrado de este momento. Somos el telón de fondo,
somos esta consciencia pura y desnuda en la que ocurre todo lo personal y lo
universal. Para apreciarla, hay que rendirse a ella.
Suzuki
Roshi dijo que la renunciación no es abandonar las cosas del mundo, sino
aceptar que se van, aceptar la temporalidad, desprendiéndose de los viejos
rencores, las opiniones fijas, las preocupaciones, el control, el
resentimiento. Así que nos rendimos a este momento, libres de las
restricciones. La rendición es expansión. Nos vuelve libres porque nos
expandimos a una amplitud ilimitada del ser que incluye los límites de ideas,
pero que ya no nos definen, no nos controlan. Se los ven por lo que son,
vacíos, tenues fantasmas de nuestra propia creación. Y como la neblina que se
desvanece en la mañana de la calle mojada, nuestros temores y rencores se
levantan y se van. Nos rendimos cuando dejamos de pelear con nosotros mismos,
con la vida. Por fin la resistencia cesa, ya no hay defensa alguna. No es
necesariamente una decisión. Puede ser algo involuntario. Que después de nueve
horas sentados en el frío de la noche, se rinde a la experiencia, ya no se
resiste más, ya se entra en la Vía que te lleva, la vida como es. Para nosotros
esto se representaba primero al levantar la vista a los cielos y dar gracias
que se había terminado, no solo el calvario de la noche, sino también el miedo,
la tensión, la contracción. Para nosotros ya era puro placer que incluía a panqueques
calientes con jarabe de arce, galletas de Buda, risas, canto, música, compañeros
compartiendo la vida con amistad y amor. Nos reconocimos esta mañana como una isla
de refugio fortaleciéndonos para entrar en otro día para traer paz y bienestar
al mundo. Lo habíamos pasado ya la iniciación. Nos habíamos rendido, nos
habíamos sacrificado lo prescindible para abrirnos a lo esencial. La falsa
voluntad del ego se había rendido a lo sagrado como la fuerza invisible de un
imán atrayéndose partículas dispersas a sí mismo. Ya no éramos simplemente una
colección de gente aislada, ya éramos uno, unidos por esta fuerza invisible,
tangible en todo caso. La rendición fue el final del dos y la apertura al uno,
la entrada a la Vía que nos pasa por la puerta sin puerta al universo de la
liberación.
Bibliografía
Ostaseski,
Frank. (2017) Las Cinco Invitaciones. Océano: Amazon Digital Services LLC. Edición
Kindle.
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