¿QUÉ ES LA
CONSCIENCIA?
Rev. Ozmo “Hyonjin” Piedmont, Ph.D.
Érase
una vez un discípulo quien se acercó a su maestro Zen pidiendole consejo. El maestro responde,
“Atención” y para de hablar. Así el alumno le hace una reverencia respetuosa y
sale. Después de un rato el alumno vuelve y pide si el maestro pudiera darle más
consejo, y el maestro responde, “Atención, atención” después guarda silencio.
Respetuosamente, el alumno hace una reverencia y sale, volviendo una tercera
vez pidiendo más consejo luego de haber trabajado con la respuesta del maestro
por otro período de tiempo. Esta vez el maestro responde, “Atención, atención,
atención.”
Esta historia nos
demuestra la importancia el Zen pone en la atención, o más bien, la
consciencia. ¿Qué exactamente es la consciencia? La consciencia es la capacidad
de prestar atención al momento. Es nuestra habilidad de percatarnos y darnos
cuenta de un objeto, conociéndolo directamente en el presente, sea como sea, un
objeto físico o mental, como un sonido, un pensamiento, o un signo, antes de
interpretarlo. La consciencia es como un espejo; simplemente refleja lo que hay
allí enfrente. No requiere alguien allí para manifestar el reflejo. No es un
proceso de pensar mentalmente; es preconceptual, antes del pensar. También es
la habilidad de estar atento a los pensamientos en sí. Hay mucha diferencia entre
el pensar y el ser consciente que el pensamiento está ocurriendo. Se percata los
pensamientos pasando por la mente, persiguiéndose uno al otro. El proceso
mental se nos refleja en la consciencia en este momento presente, sin
prejuicio, crítica, preferencias, sin meta más allá de verse a sí mismo,
desapegado, despierto, lo que puede llegar a ser un modo de vivir, una manera
de ser íntimo con todo. Cuando ves un árbol, sólo ve el árbol, sin nada entre
tú y el árbol. Cuando observas la respiración, sólo percata la respiración, sin
nada entre tú y la respiración.
Sin embargo, justo después de ser
consciente del objeto, normalmente se pone un nombre o etiqueta a la
experiencia, considerándola como bueno o malo, agradable o desagradable,
dejando entrar todo tipo de evaluaciones que crean sufrimiento. La ilusión
ocurre cuando se ha apegado a estas evaluaciones, las que obstruyen esta
consciencia pura, manifestándose como resistencia, fijación, contracción,
apego, en fin, lo que bloquea nuestra capacidad de ver las cosas como son. Es
como si nuestras experiencias del mundo en términos de sensaciones,
pensamientos, y emociones fueran como pedazos de velcro, y la ilusión es como
el anzuelo de velcro, enganchándonos a las impurezas mentales relacionadas con
el deseo, el apego, el miedo o la aversión, asociaciadolas a memorias del
pasado e ideas del futuro. El Buda dijo que cuando estamos atrapados por la
ilusión, nos sentimos como en una cárcel, o como esclavos, enfermos, endeudados,
o como atravesando un desierto. Pero cuando abandonamos estos obstáculos, nos
sentimos como liberados de deudas, con buena salud, escapados de la prisión, la
esclavitud, y llegando a tierra segura.
Un aspecto de la ilusión es que la
gente tiende a confundir la satisfacción del deseo con la felicidad. El Buda
dio una historia demostrando este error. Había un leproso quien vivía en el
bosque y sufría un terrible dolor y comezón. La única manera que tenía para
aliviarse fue cavar un gran agujero, llenándolo con madera en llamas – así
creando carbónes ardientes – y frontando su cuerpo afligido sobre los carbónes.
Sólo podía aliviarse mediante la creación de otro tipo de sufrimiento para
distraerse. Esta historia relata que
luego el hombre se curó y se mudó a la ciudad para vivir una vida normal. Un
tiempo después tuvo la oportunidad de regresar al bosque, y allá vió leprosos
aliviándose de la misma forma en la que él solía hacer, frotándose sus cuerpos contra
los carbones ardientes. No podía continuar mirándolos puesto que era demasiado
doloroso verlos así. El Buda dice que eso es como vivimos nuestras vidas. Para aliviarnos de nuestro sufrimiento –
nuestro deseo – creamos otro, con todas las cosas que perseguimos para
aliviarlo. Una persona sana que se ha curado de la enfermedad de la que sufrimos,
lo encuentra doloroso mirarnos mientras nos creamos todo este sufrimiento
adicional en la esperanza de aliviarnos del sufrimiento.
El alivio proviene de la sabiduría,
entendiendo cómo creamos nuestro propio sufrimiento mediante el apego. Hay que
reconocer la mente cuando está libre del sufrimiento, para que se pudiera
volver a ella cuando algo nos haya perturbado. Por esto, practicamos el zen
para que veamos la mente tranquila y libre de las perturbaciones. Pero la mente
tranquila es sólo la mitad del trabajo. Incluso, hay que contemplar las causas,
condiciones, y remedios al sufrimiento, aprendiendo lo que nos volvería a
nuestra consciencia libre.
Budismo considera el despertar como
cuando liberamos la mente del apego, poniendo en práctica lo que el Buda
enseñaba: “No debemos apegarnos a nada
que denote ‘yo’ o ‘mío’”. No practicamos para tener mejores experiencias,
sino para liberarnos de lo que nos bloquea la mente libre y natural en sí.
Comenzamos así desapegándonos del placer a los objetos de los sentidos, sean
corporales, pensamientos, o sentimientos placenteros, cualquier adicción
bloqueando la mente tranquila. Hay que desapegarse incluso de estados mentables
asociados con la meditación, la calma, la felicidad, y la paz. Hace poco,
participé en un retiro maravilloso de meditación, habiendo experimentado siete
días de silencio con la sangha en armonía, cooperación, y apoyo. Sin embargo, al
volver a casa, me encontré molesto puesto que la casa no fue tan tranquila como
durante el retiro. Observé lo dificil es volver a la vida cotidiana sin
comparación a lo que sucedió durante el retiro, costándome varios días soltar
mi apego a los estados mentales tan agradables que había experimentado la
semana anterior.
Nuestra tendencia apegarnos a
ciertos estados mentales, sensaciones, o pensamientos, se deben a las kleshas,
o sea, nuestros hábitos mentales basados en la ignorancia, bloqueando el libre
fluir con el mundo. Otra forma de apego es identificarnos con el cuerpo como un
sí mismo o un “Yo” permanente. En el Sutra Anapanasati, el Buda da unos
ejercicios para la contemplación a todos los aspectos del cuerpo, incluyendo lo
físico y lo mental. Luego, nos dirige a imaginar el cuerpo en descomposición
después de la muerte, pudriéndose en un cementerio. Son formas de soltar la
esclavitud que tenemos a nuestros cuerpo, creando el miedo por su pérdida y el
miedo a la muerte. Al ser consciente al conjunto de sensaciones, percepciones,
ideas, memorias e historias personales que constituyen nuestro concepto de un Yo,
se puede poco a poco soltar esta ilusión. De hecho, los pensamientos mismos
surgen solos. No hay nadie pensándolos. Cuando se da la plena consciencia a
cada pensamiento surgiendo en cada momento, se puede ver como surgen y luego
desaparecen en el mismo momento; son insustanciales, transparentes, y vacíos.
Viendo esto pasar, nos liberamos de
ser perdidos y prisioneros de estos mismos pensamientos, incluyendo los estados
asociados con las emociones, como el enfado, la ira, o la tristeza. En vez de
crear todo un autoimagen y superestructura de un sí mismo, se ve que
simplemente son condiciones cambiantes y efímeras en lo que surgen las ideas y
emociones mentales. No es necesario personalizarlos como bases de un Yo.
Tampoco se debe apegar a la conciencia en sí como el eje del Yo, formando un
observador o testigo en medio de la consciencia. Una forma útil de trabajar con
las emociones o ideas fuertes surgiendo en la mente durante la meditación es
referir a ellas de un forma impersonal, como el enojo enojando, el amor amando,
la molestia molestando o los pensamientos que se conocen. Simplemente, no hay
ningún Yo ni un sí mismo haciendo nada. Son solamente condiciones y causas
surgiendo, formando una sensación o experiencia en el momento, luego deshaciéndose
en cada instante.
Cuando podemos soltar cualquier
preferencia al apego o la aversión, entonces el camino de la práctica está más
claro. Lo que existe en cualquier momento simplemente es lo que es. No es
necesario intentar de mantenerlo, auyentarlo, aferrárse a el, o evitarlo.
Simplemente verlo por lo que es, una idea o sensación surgiendo en el momento a
causa de condiciones y causas vacías e impermanentes percibidos por
consciencia. Pero no hay nadie allí creándolos ni percibiéndolos. Se practica
el no-apego a estas sensaciones y experiencias. Simplemente, se suelta
cualquier deseo de mantener o rechazar algo que haya aparecido en la
consciencia.
¿Cuáles son algunos medios hábiles
para soltar el deseo, logrando la consciencia libre de apegos? Primero, se ve
que todo es transitorio y el sufrimiento surge por apegarnos a un Yo o algúna
cosa insustancial. Luego, se entiende que las cosas no dependen de nuestra
propia voluntad: no controlamos nuestro nacimiento, el envejecer, la muerte,
estados mentales, las sensaciones, ni los impulsos mentales que surgen y entran
en nuestra mente en cada instante. Nuestra responsabilidad es ser consciente de
lo que está pasando, atento al presente, soltando todo apego que surgiera, y
fluyendo con la armonía natural de la vida. Cuando se suelta la idea del Yo, lo
que se queda es la consciencia luminosa que sabe espontáneamente. El Buda mismo
dijo: “Al observarlo de este modo, uno no se apega a nada de este mundo. Cuando
no hay apego, no hay agitación. Cuando no estamos agitados, alcanzamos
personalmente el Nibbana.”
Bibliografía
Goldstein, Joseph. (2008). Un Único
Dharma. La Liebre de Marzo: España.
Rosenberg, Larry. (2012). Breath by Breath: The Liberating Practice of
Insight Meditation. Shambhala: Boston .
Sangharakshita. (2012). Living with Awareness. Edición
Electrónica. Windhorse Publication Ltds: Cambridge , UK
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