ABANDONAR ES
GENEROSIDAD
Charla Dharma 13/DIC/2015
Rev. Dr. Hyonjin Prajna
La
generosidad verdadera siempre requiere que abandonemos tres cosas,
“yo”, “tu”, y
“dar”.
Dana,
uno de los seis paramitas o perfecciones de nuestra práctica, aunque normalmente
se traduce como “dar” o “generosidad”, sería mejor entender como “abandono” en
el sentido de ceder, soltar, o rendirse. En términos budistas es la práctica
del desapego. ¿Pero se abandona qué? Pues, es al abandono del dualismo de los
opuestos. Hay que abandonar las ideas de bueno y malo, existir y no existir,
deseo y aversión, puro y corrupto, concentración y distracción. Hay que dejarlo
ir todo. Este último, distracción, tiene mucho que ver con la meditación.
A veces solemos pensar que durante el tiempo que estamos sentados sobre el cojín, 95% del tiempo estamos perdidos en ensueños placenteros y sólo 5% del tiempo concentrados en el presente. Hay que abandonar la tendencia de entender la mente en una forma dualista. No debemos comparar concentración con distracción. Es como la metáfora del cielo azul con el sol brillando mientras que las nubes pasan. A veces se percibe el cielo azul con el sol brillando con claridad. Otras veces no los puedes ver, puesto que las nubes están obstaculizándolos. Pero básicamente las nubes son parte del cielo azul. No se están separados. Cuando nos sentamos en meditación, dense cuenta que los pensamientos y la mente clara no son dos. Si puedes confiar en esta percepción no-dual, al sentarte en meditación, los pensamientos no te molestarán porque has abandonado la idea de concentración y distracción.
A veces solemos pensar que durante el tiempo que estamos sentados sobre el cojín, 95% del tiempo estamos perdidos en ensueños placenteros y sólo 5% del tiempo concentrados en el presente. Hay que abandonar la tendencia de entender la mente en una forma dualista. No debemos comparar concentración con distracción. Es como la metáfora del cielo azul con el sol brillando mientras que las nubes pasan. A veces se percibe el cielo azul con el sol brillando con claridad. Otras veces no los puedes ver, puesto que las nubes están obstaculizándolos. Pero básicamente las nubes son parte del cielo azul. No se están separados. Cuando nos sentamos en meditación, dense cuenta que los pensamientos y la mente clara no son dos. Si puedes confiar en esta percepción no-dual, al sentarte en meditación, los pensamientos no te molestarán porque has abandonado la idea de concentración y distracción.
Otro aspecto de abandonar es el desapego a cosas
materiales, lo que resulta en generosidad. Nuestra naturaleza esencial es
innatamente generosa. Cuando no estamos aferrados
a las cosas en el mundo desde una perspectiva egoísta, la generosidad ya está
presente, puesto que estamos identificándonos con el mundo a nuestro alrededor.
Así, ningunas de las infinitas cosas del mundo son ajenas a nosotros mismos.
Podemos verlos todos como aspectos de nosotros mismos. Lo que ves es tu mismo.
Lo que oyes es tu mismo. Lo que experimentas es tu mismo. Tu yo original es muy
grande, lo suficiente para incluir a todo el universo. Y esta grandeza es
naturalmente generosa. Cuando puedes identificarte con todo en esta forma, se
encuentra generosidad en todos lados. Es decir, nos abandonamos del yo chico
para encontrarnos uno con todo, y así, generosidad surge naturalmente. Todo en
la naturaleza ya está entregándose – el sol se entrega, la lluvia y el viento
se entregan. Cuando abandono el yo chico, puedo entregarme a cada momento con
cada cosa. La no-dualidad es naturalmente generosa.
Observo esto cuando estoy trabajando en mi jardín.
Comienzo el día mirando a la belleza que son las flores, y casi inmediatamente,
veo las que necesitan un cuido especial, más agua, más abono, podar una rama,
aplicar una medicina. Puedo abandonarme al jardín por varias horas, mientras el
jardín y yo bailamos juntos. No estoy pensando mientras y yo necesito hacer tal
cosa para tal planta. Simplemente hay sed cuando la tierra es seca, y
naturalmente se vierte el agua. No hay consideración si es bueno o malo, no hay
dos en el acto. Simplemente, hay sed y hay agua que surge para apaciguar la
sed. Yo, sed, y agua somos uno. Todos nosotros, como bodhisattvas, podemos
funcionar así. Cuando no estamos criticando el mundo a nuestro alrededor,
podemos atender a lo que está surgiendo naturalmente. Se percibe tristeza aquí,
y hay un abrazo que responde. Hay tensiones allá, y hay una palabra
reconfortante para suavizarlas. Todo es un reflejo de nuestro proceso natural
de atender a la situación correcta, la relación correcta, y la función
correcta. Tal comportamiento y actitud es más allá de correcto e incorrecto. Es
simplemente el universo manifestándose en sus infinidades de formas
perfectamente en este momento, y nosotros, como parte de este mismo universo, respondemos
a lo que se manifiesta aquí y ahora. Sin embargo, hay que abandonar todo en
este momento. Hay que abandonar la crítica y desprecio. Así, podemos
entregarnos a lo que es natural hacer para aliviar el sufrimiento en este
instante, tanto para otros como para nosotros mismos.
Cuando ayudamos a otros, esencialmente estamos
entregándonos a otros, abandonándonos por el otro. Generosidad no viene del yo
chico. Cuando regalamos o aportamos algo, siempre viene de nuestra Esencia
innata. Es siempre una oportunidad para considerar la pregunta: ¿Quién es el
que está realizando este acto de generosidad? La mente no mente, la mente no
sabe, es la mente de claridad y
abertura. La generosidad verdadera siempre requiere que abandonemos tres cosas,
“yo”, “tu”, y “dar”. Luego, en el mismo
instante, hay sólo una acción única, la acción de “no saber”, generosidad en su
forma pura.
Les daré otra historia de abandono:
Érase una vez un alumno quien llegó al maestro y dijo,
“Por favor, maestro, enséñame el Dharma.”
El maestro dijo, “Lo siento, pero mi Dharma es muy
caro.”
“Oh, entonces, ¿cuánto cuesta?” preguntó el alumno.
“¿Cuánto puedes pagar?” contestó el maestro.
“El alumno metió su mano en su bolsillo, y sacó
algunas monedas, diciéndole, “Este es todo el dinero que tengo.”
El maestro dijo, “Incluso si me ofrecieras una pila de
dinero tan grande como una montaña, mi Dharma sería todavía demasiado caro.”
El alumno se fue y comenzó a practicar. Después de
algunos meses de práctica muy dura, volvió y dijo, “Maestro, le daré mi vida.
Haré cualquier cosa necesaria. Seré su esclavo. Favor de darme su Dharma.”
El maestro respondió, “Incluso si me ofrecieras un
millón de vidas, mi Dharma es todavía demasiado caro.”
El alumno se sentía muy desanimado. Se fue y practicó
durante muchos meses más. Luego volvió y dijo, “Maestro, le daré mi mente. ¿Ya
me enseñarás?”
El maestro dijo, “Tu mente es un cubo de basura
apestosa. No tengo uso para eso. Incluso si me ofrecieras diez mil mentes, mi
Dharma sería demasiado caro.”
De nuevo el alumno se fue para seguir practicando muy
duro, y después de un tiempo se dio cuenta que el universo es vacío. Así que
volvió al maestro y le dijo, “Ya entiendo lo caro es su Dharma.”
El maestro le preguntó, “Pues, entonces, ¿qué tan caro
es?
El alumno gritó, “¡KATZ!”
El maestro dijo, “No, es más caro que eso.”
Esta vez, el alumno estaba completamente confundido y en profunda desesperación. Se juró de
no volver a ver al maestro hasta que lograra la Iluminación Suprema.
Eventualmente ese día llegó, y volvió al maestro. Dijo, “Maestro, ahora en
verdad entiendo – el cielo es azul, la hierba es verde.”
El maestro respondió, “Mi Dharma es incluso más caro
que eso.”
A este punto el alumno se enfureció y dijo, “Ya
entiendo. No necesito tu Dharma. Tómalo y vete al diablo.”
El maestro se rió, lo que enfadó todavía más al
alumno, él que se dio la vuelta y comenzó a precipitarse del cuarto. Justo
cuando estaba al punto de llegar a la puerta, el maestro le llamó diciendo,
“¡Espera!” El alumno volvió la cabeza y el maestro le dijo, “¡No pierdas mi
Dharma!”
El sol está en el cielo, aunque esté despejado o nuboso. El oro es oro, aunque esté en la
tierra o en el horno o en tu mano. La Dana paramita es simplemente así – que no
depende de la vida o la muerte, ir o venir, tiempo o el espacio. Si lo puedes
ver, te pego treinta veces. Si no lo puedes ver, también te pego treinta veces.
¿Qué puedes hacer?
3 X 3 = 9 (Tres por tres son nueve)
Obras
citadas
Shrobe, Richard. Don’t Know Mind: The
Spirit of Korean Zen. Shambhala: Boston. 2004.
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