FRÍA CLARIDAD
Charla Dharma 07/FEB/2016
Rev. Dr. Hyonjin Prajna
Un bebé tonto se molesta por “dinero” usado dejar de
llorar.
Un buen caballo persigue el viento, viendo la sombra
del látigo.
Las nubes pasan por el cielo eterno; en la luna anida una
grulla,
La fría claridad penetra sus huesos, tal que no puede
dormir.
-T’ien-t’ung
Hace poco realizamos otro retiro zen de tres días. Los
retiros son excelentes formas de práctica, mostrándonos exactamente dónde
estamos apegados a nuestras ideas de la mente, y cómo liberarnos de ellos. Este
es el proceso natural de despertarnos de nuestro sueño habitual basado en el
condicionamiento y así abrirnos al libre fluir de nuestra verdadero ser, el sí
mismo basado en la Esencia Universal. En los retiros, practicamos zazen,
postraciones, recitación de sutras, oryoki, y dana, todo con atención plena,
los cuales son formas clásicas de las enseñanzas budistas, creadas para
eliminar la ilusión y el auto-engaño del yo chico. Podríamos decir que estas enseñanzas son el
“dinero” del zen, como dice en la primera línea de Kong-an, lo que utilizamos
dejar de llorar como bebés tontos, o sea, dejar de crear nuestro propio sufrimiento
basado en la ignorancia, el deseo, y la aversión. Esto se relaciona a una
historia en las escrituras budistas: Érase una vez una mamá quien, para calmar
a su niño llorando, se le extendió unas hojas amarillas, diciéndole que le
entregaría este “dinero” si dejara de llorar. Esto significa que las enseñanzas
son simplemente medios hábiles para la liberación, no dogmas obligatorios.
La segunda línea del Kong-an hace referencia a un buen
caballo que persigue el viento al sólo ver la sombra de látigo. Hay distintas
clases de caballos, algunos listos que responden a la mera sombra del látigo.
Hay otros, sin embargo, que requieren más fuertes medidas, picándoles de una
forma más agresiva con el látigo para que se despierten de su pereza, falta de
atención, o testarudez. Los estudiantes
también tienen sus distintas clases. El más listo alumno respondería de buena
gana a las enseñanzas del maestro, mientras que el más obstinado siempre lo
rehúsa, prefiriendo aferrarse a su propia opinión, afirmando que tiene la
razón, en vez de tomar la oportunidad de volver a la no-mente, la mente que no
sabe, y así liberarse de sus ideas, las que causan más y más sufrir en su vida.
Incluso hay alumnos que reaccionan con violencia, agresión, y falta de respeto
porque se ofenden por recibir una corrección o no tienen la paciencia de
tolerar el no saber en cualquier momento. Pero es precisamente la habilidad de
soltar la opinión y abrirse al consejo, que se puede liberarse de su karma,
condicionamiento, y confusión interior.
En cambio, hay ejemplos en zen de Budas y bodhisattvas
guardando silencio absoluto, o simplemente levantando una flor, para enseñar de
la forma más suprema el Dharma. El alumno más listo captaría de inmediato lo
que quería expresar, que la verdadera enseñanza real no era una seria de
palabras, sino la experiencia de la realidad misma en este momento preciso, la
flor, el canto del pájaro, un rayo de sol entrando por la ventana. Si estamos
habituados a sólo recibir las enseñanzas en fórmulas y formas verbales, en
clichés, entonces perdemos nuestra capacidad de estudiar la realidad en sí, la
que se revela cuando estamos presentes, alertas, y atentos a este momento tal
como es. Los estudiantes más listos prestan atención tanto a lo que se dice
como a lo que no se dice, al silencio del vacío eterno de nuestra naturaleza
esencial. Este vacío eterno se puede comparar al cielo eterno, como en el Kong-an
arriba. Las nubes que pasan por el cielo eterno son los acontecimientos
transitorios del mundo cotidiano, y debido a ser tan efímeros, siempre están
demostrando el vacío de la eternidad. Luego, el Kong-an hace referencia a la
luna, un símbolo clásico en el zen por la iluminación, la que representa
nuestra experiencia directa con lo absoluto. Abrirnos a esta verdad es
experimentar la fría claridad, libre del apego a cualquier sentimentalismo o
pensamiento familiar. Esta claridad luego llega a penetrarnos hasta los huesos,
tal que no podemos dormir más, es decir que ya estamos despiertos, y no podemos
volver al sueño de ilusión, testarudez y pereza.
Bibliografía
Cleary,
Thomas. Kensho: The Heart of Zen.
Shambhala: Boston and London. 1997.
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