LA GRAN CALDERA NEGRA
CHARLA DHARMA 04/ENE/2015
REV. HYONJIN PRAJNA
Érase una
vez un joven hombre quien acudió al mercado para vender las verduras de su granja,
para luego comprar arroz (Seung, 2006). Al terminar sus negocios, advirtió un
viejo monje vestido de harapos de invierno de pie en el caluroso sol de mediodía
sin moverse, mientras todos los demás se refugiaban en la sombra de los
árboles. Aunque la gente le miraba con aversión, el viejo monje siguió parado
allí en el calor abrasador sin prestarles atención. El joven hombre se preguntó
si el viejo era un poco tocado de la cabeza, viéndolo allí quieto en el sol
caluroso, con su sombrero de paja casi cubriendo su cara ligeramente sonriente.
No obstante, el monje se quedó inmóvil.
Luego, el
joven hombre se acercó al monje, quien acababa de comenzar a caminar con pasos
lentos y suaves. Con todo respeto, el hombre le habló diciendo, “Venerable
monje, discúlpeme por la molestia, pero en vez de estar de pie en el sol
abrasador, ¿no sería más cómodo sentarse en la sombra de los árboles allá?”
Pero el
viejo monje no le contestó. Simplemente le sonrió al joven hombre amablemente.
“Es la hora de comer,” dijo en voz baja, casi imperceptible.
“¿La hora de
comer?” El joven miró a su alrededor. “Es demasiado tarde para la comida.
¿Quién come?”
El monje
abrió su túnica un poco, revelando el forro interior cubierto con miles de
bichos diminutos, moviéndose por toda la fábrica. “Si me muevo demasiado, no
pueden comer,” dijo el viejo monje. “Así que debo permanecer de pie quieto
mientras que se alimentan.”
Ya el joven
hombre sospechaba que el monje era loco de remate. Pero cuando le miraba a la
cara, no vio nada extraño ni malhumorado en sus ojos, sólo compasión. El monje
mostraba una profunda calma, sus ojos tranquilos, facciones relajadas. Su cara
irradiaba una dulce compasión.
“¿Pero por
qué ser tan bondadoso a estas criaturas?”
El monje
entrecerró sus ojos suavemente, diciendo “¿No estiman ellos sus vidas con tanto
aprecio como tú y yo?”
Profundamente
impresionado por su compasión extraordinaria, el joven hombre se juntó sus
manos y le reverenció profundamente al monje. Pidió entonces que le aceptara
como su discípulo.
El monje le sonrió
amablemente diciendo, “No es posible.”
“¿Por qué no
es posible?” preguntó el joven hombre.
“¿Por qué
quieres convertirte en monje?”
“Pues,
quiero encontrar el camino correcto, y lograr mi yo verdadero. Usted es
compasivo hasta a aquellas criaturas chiquitas. Así que tengo un presentimiento
profundo que este camino es lo correcto. Usted es un gran monje, y quiero ser
su discípulo.”
“Quizás,
quizás,” dijo el monje. “Pero la vida de un monje es muy difícil.” El monje se
quitó su sombrero de paja y se limpió la frente con un trapo. “¿Dónde vives?”
“Mi padre y
madre están muertos, así que me he quedado con mi hermano en el pueblo vecino.
No tengo mi propio lugar. Quiero ir con usted.”
“Bueno,
vámonos entonces.”
Comenzaron a
caminar, subiendo el sendero de la montaña y pasando por muchas valles, ríos, y
acantilados. El monje no decía nada mientras caminaban. Después de varias
horas, llegaron a una pequeña choza de roca y adobe en la que la cocina se
quedaba aparte a un lado. Entraron allí, y el monje, señalando una gran caldera
negra rota en un rincón sobre su base también rota, dijo simplemente “Arréglalo”.
Se fue de repente sin decir nada más.
Bueno, esta
caldera era muy grande y pesada. Además, arreglarla y su base iba a costar
mucho trabajo duro. Se requiere nivelar
la caldera minuciosamente para que los alimentos cocinaran correctamente. Para
asegurar que esté completamente equilibrada, hay que verter un poco de agua en
la caldera asegurando que se quede precisamente en medio del fondo de la
caldera. Si no, los alimentos se quemarán, desperdiciándolos entonces.
El joven
hombre tenía muchas ganas de comenzar. Se lo desmontó todo, reparó las piezas,
allanó el lugar, recubrió las superficies, y volvió a montarlo. Ya terminado,
pidió que el monje lo revisara, diciendo, “Ya se ha arreglado.”
El viejo
monje la revisó, mirándola de cerca, luego vertiendo un cucharón de agua en la
caldera. “¡No lo es!” dijo, y tirando el agua de la caldera, simplemente dijo,
“Inténtalo de nuevo.”
El joven hombre
pensó, “A ver, este monje tiene ojos muy agudos, así que debe de haber visto una
falla.” Entonces, intentó otra vez arreglarlo, esta vez tomando mucho tiempo y
con mucho cuidado desmontando todo, reparando, allanando, recubriendo, y
volviendo a montarlo todo de nuevo. Y esta vez vertió sí mismo un cucharón de
agua en la caldera para asegurar que estaba nivelada bien. Cuando terminó, se
levantó muy satisfecho, pidiendo que el monje revisara de nuevo su trabajo.
“Señor, ya se ha arreglado bien la caldera.”
“Bueno,
vamos a ver.” El viejo monje la miró fijamente los bordes de la caldera,
lentamente vertiendo agua por sus lados.
“¡No lo es!” dijo, y vació el agua de la caldera. “¡Inténtalo de nuevo!”
El joven
hombre se confundió. “¡Debo haberme equivocado! ¿Dónde está el error?” se pensó
a sí mismo. Estaba muy, pero ¡muy confundido! “Puede ser en la parte exterior
de la caldera. Quizás la base no está nivelada.” Esta vez, lo preparó todo con
mucho esmero, revisando cada milímetro por encontrar cualquier falla o
imperfección. Arregló cualquier dudoso que tuviera. Revisó cada detalle de la
base y la caldera, además de todo el lugar, todo el piso, asegurando que todo
estaba limpio y perfecto. Probó y reprobó que todo era nivelado con varios
cucharones de agua. Al levantarse, masageando su espalda dolorida, llamó al
monje otra vez. “Señor, he arreglado la caldera y su base. He revisado todo dos
veces. Ahora estoy seguro que le va a gustar.”
“¡No lo es!”
dijo el monje luego de revisar la caldera, y la vació el agua adentro diciendo,
“¡De nuevo!”
El joven
hombre no entendía dónde se hubiera equivocaba. “Este monje ve alguna falla:
¿por qué yo no? Estoy seguro que la caldera es buena. Quizás el problema reside
en la cocina.” Así que desmontó toda la cocina, cada tabla, y la reconstruyó
por completo, desde el piso hasta el techo. “Ya,” dijo a sí mismo, mientras
limpiaba su frente. “El monje tendrá que aprobarlo esta vez.” Y se fue por el
monje, diciéndole “Señor, lo he arreglado todo, ¡hasta la cocina entera! ¡Estoy
seguro que no hay ninguna falla! Favor de revisarlo.”
“¡Qué bien,
Qué bien! Puesto que has trabajado tanto, estoy muy contento. Así que, déjame
revisarlo.” Acudió a la caldera, vertió un cucharón de agua, y casi antes de
que el agua tocara el fondo de la caldera, gritó “¡No lo es!” y la vació de
nuevo.
Esto pasó
cuatro, cinco, seis, siete, ocho veces más. Cada vez, el joven pensó, “¿Cómo me
he equivocado esta vez?” y cada vez el monje contestó, “¡No, no lo es!” y vació
el agua.
Hasta aquí,
el joven hombre se estaba poniendo muy
enojado. “¿Dónde está la falla?” Después de nueve veces, el joven hombre dijo a
sí mismo, “¡Este monje no tiene razón! No me importa lo que dijera. ¡Esta es la
última vez!” Así que simplemente puso la caldera sobre su base y le llamó al
monje diciendo “Señor, ¡ya me acabo!” Cuando el maestro entró a la cocina, vio
al joven hombre sentado sobre la caldera con brazos cruzados.
“¡Excelente!
¡Excelente!” gritó el maestro, y salió lentamente caminando por sus cuencos.
Aquella noche los dos comieron juntos arroz caliente y sopa deliciosa. Desde
entonces, nunca jamás se ha mencionado la caldera de nuevo.
¿Qué
significa esta historia?
El monje
estaba probando la mente de su alumno. Zen significa no depender en nada.
Deberías depender en ti mismo. Además,
este hombre quería ser monje, pero ¿cuánto se cree en sí mismo para convertirse
en monje? Para practicar el zen, hay que encontrar la mente inmovible, la mente
estable y confiable, sin auto-critica, ni criticar a otros, sin dudarse. En la
historia, el alumno por fin simplemente hizo lo que tenía que hacer. Su mente
llegó al estado de no moverse. Es la mente de perseverancia. A veces el maestro
da lecciones, o establece límites. Luego el alumno o alumna puede decir, “¡No
me gusta esto!” y luego se van. Sin embargo, cuando el alumno o la alumna dice
“No me gustas” o “No me gusta esta enseñanza”, de hecho lo que está diciendo es
que no le gusta a sí mismo. El maestro es simplemente reflejando la mente del
alumno o la alumna. Si al alumno o a la alumna no le gusta lo que ve, a veces
le culpa al maestro. Lo importante es la mente “sí se puede”, la mente que no
critica, la mente que no compara, no discrimina. Es la mente que puede aceptar las cosas tal
como son, intentando hacer una y otra vez lo que es bueno hacer, no para
complacer al maestro, sino para complacer a uno mismo lo que se ha hecho de la mejor
manera posible, y estar satisfecho con el resultado. Esto es esfuerzo correcto,
lo que ya es Iluminación. Entonces, de esta forma, algún día el maestro dirá
“¡Excelente! ¡Excelente!”
Bibliografía
Seung Sahn. (2006). “The Rice-Pot Master.” Wanting Enlightenment is Already a Big Mistake. Shambhala: Boston, USA.
Seung Sahn. (2006). “The Rice-Pot Master.” Wanting Enlightenment is Already a Big Mistake. Shambhala: Boston, USA.
GRACIAS POR TU APOYO A NUESTRA SANGHA
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.