TOMANDO TÉ CON
MARA
Charla
Dharma 11/NOV/2018
Ven. Dr. Hyoenjin Prajna
“Después de
muchos años de someterme al psicoanálisis, enseñar psicología, trabajar como
psicoterapeuta, tomar medicinas, ir a la India, ser yogui, tener un gurú y
meditar; hasta donde sé, no me he librado de una sola neurosis. De una sola. Lo
único que cambió es que ya no me definen. Invierto menos energía en mi
personalidad, así que me es fácil cambiar. Mis neurosis no son ya grandes
monstruos. Ahora son como pequeños duendes a los que invito a tomar el té.”
~Ram
Dass
¿Cómo ser amigos
del miedo? ¿Cómo experimentar el sufrimiento mientras que desarrollamos la
compasión y la ecuanimidad suficientes para descansar al lado del temor? La
siguiente historia zen ilustra el tipo de valentía necesaria para enfrentar el
temor:
Érase una vez un samurái que escaló
una montaña para llegar a un pequeño templo. Ahí encontró a un monje que estaba
serenamente sentado, meditando.
“Monje” le dijo, con una voz acostumbrada
a la obediencia, “¡ilústrame del cielo y el infierno!”
El
monje se volvió hacia el guerrero y replicó con sumo desdén:
“¿Ilustrarte
del cielo y el infierno? No podría enseñarte nada. Eres sucio, ignorante y una
desgracia para los samuráis. ¡Aléjate de mi vista!”
El
samurái se puso furioso. Arrebatado por la ira, sacó su espada y se dispuso a
matar al monje. Éste lo miró a los ojos y le dijo:
“Ése
es el infierno.”
El
samurái se paralizó al darse cuenta de que el monje había arriesgado
compasivamente su vida para darle esta lección. Bajó su espada y se inclinó con
respeto y gratitud. El monje le dijo en voz baja:
“Y
éste es el cielo.”
La valentía no se basa en eliminar,
ignorar o apartar el temor, sino en desarrollar la valentía para ser presente
con los intensos estados de ánimo junto con el corazón. Tenemos que renunciar
las defensas, sentir el miedo directamente, dejándolo existir frente al amor,
la belleza, y la pasión de nuestra Mente búdica. Esto nos permite aceptar la
verdad de nuestra experiencia y enfrentar lo que está justo aquí y ahora. Así
que podemos abrirnos, ser receptivos, y generar un espacio para que
reconozcamos, exploremos e integremos nuestro temor e incluirlo en nuestra
experiencia de la vida. Este tipo de valor nos abre también a la compasión
profunda que puede ver el sufrimiento de otros mientras que comprendemos que
todos tenemos temores, y como los bodhisattvas, podemos estar con otros en su
miedo.
A veces tenemos que actuar con el valor
de un guerrero durante emergencias o situaciones peligrosas, cuando necesitamos
persistencia y fuerza para correr riesgos y no estar paralizado por el temor. En
mi juventud, era un terapeuta trabajando con familias en crisis, viajando a sus
casas para ofrecer apoyo, instrucción, y consejo. La primera familia que me
asignaron vivía en un enorme edificio de 100 departamentos, pero abandonado por
completo menos una donde vivía una familia sola que consistía en una abuela con
sus 3 nietos adolescentes en etapa de rebelión juvenil. Los adolescentes no
obedecían a su abuela en cuanto a realizar sus tareas, obedecer las reglas,
respetar los límites o las horas para llegar a casa en la noche. La abuela
estaba al punto de colapso con miedo, cansancio, y agobio debido al peligro que
enfrentaban a diario. No tenían luz, las pandillas corrieron por los pasillos
oscuros, y las prostitutas y los vendedores de drogas solían agruparse a la
entrada del edificio. Y justo allí es donde tuve que pasar para llegar a la
familia en el décimo piso. Repleta con mi armadura de guerrero, botas negras y una
chamarra de cuero de motociclista, adornada con cadenas metálicas colgadas del
hombro, y una gorra negra inclinada sobre un ojo, llegué en mi honda civic gris
de dos asientos para mi primera visita.
Cuando bajé de mi auto, todo un mar de
seres cuestionables se volteó para verme, como tiburones hambrientos, pensé,
esperando su próxima cena de carne roja. No es suficiente decir que tuve miedo,
sino más bien, absoluto pavor frente a esta escena. Estaba seguro de que iban a
devorarme, jamás encontrar un rastro de mí al terminar. Pero ¿qué pude hacer?
Era mi trabajo y la familia me necesitaba. Entonces, como un buen samurái,
pensé, es un buen día morir, y comencé a caminar hacia la horda congelada en
silencio. Pero luego algo curioso me pasó. El mar se abrió, como Moisés partiendo
el mar al escapar de los egipcios en la biblia, y me dejaron pasar sin decir
una palabra. Cuando pasé por el portón, miré a un pasillo negro sin luz, los
focos rotos o ausentes.
Desde la oscuridad alguien me tomó la
mano, guiándome por la oscuridad hasta las escaleras, luego señalándome la ruta
arriba hacia el departamento de la familia. Subí los peldaños, rodillas temblando
y débiles, hasta que llegué al décimo piso. En la penumbra del pasillo
abandonado, encontré el departamento, y una abuela sonriente me saludó con un
abrazo con sus hijos atrás. Estaban aliviados y agradecidos que su terapeuta salvador
había llegado sano y salvo, ofreciéndoles esperanza que alguien en el mundo no
les había olvidado, que todavía encontrarían el camino a la luz y el bienestar
por medio de su terapia curativa. Me informaron que les habían corrido la voz
que un hombre bueno, un terapeuta, iba a llegar. De hecho, la comunidad sentía
admiración que alguien tenía la valentía entrar allí, simplemente para ayudar
uno de los suyos, esta pobre abuela y sus nietos. Se había dicho a todos, no le
toquen, viene aquí para ayudarnos. Y así las 8 semanas que visité la familia
nunca sufrí ningún problema, y la familia comenzó a sanarse.
Así que, hay un lugar en nuestra vida para
el valor del guerrero que nos ayuda a mantenernos firmes ante las dificultades,
mirar de frente el sufrimiento, y arriesgarnos para confrontar el miedo. Este
valor se siente en el abdomen, dándonos la capacidad de actuar como un
bodhisattva guerrero. No obstante, hay otro tipo de valor basado en la
vulnerabilidad. Es la puerta a las dimensiones más profundas de nuestro ser. La
vulnerabilidad no es debilidad; es no defensividad, la cual nos permite
abrirnos por completo a nuestra experiencia. Nos volvemos así más sensibles y
transparentes tanto al dolor, la pérdida y la tristeza como a la compasión, la
alegría, el amor y la bondad. El valor de la vulnerabilidad abre la puerta a la
invulnerabilidad de nuestra naturaleza esencial, una abertura pura, una
amplitud sin defensas en la cual los vientos del temor pueden soplar a través
de nosotros. No hay lugar donde el temor pueda aferrarse. Podemos dejar de
luchar, relajarnos, y reposar en un estado de indefensión. El temor ya puede
disminuirse puesto que nos damos cuenta de que nuestra esencia nunca sufre
daños, jamás se enferma, y nunca muere. Paradójicamente, el valor de la
vulnerabilidad nos deja descansar en la abertura de nuestra invulnerabilidad
última. Ya el temor no nos congela. Puede transformarse, no por una fría
investigación por la mente, sino por su contacto con el amor.
Hay esencialmente dos emociones
primarias en la vida, el amor y el temor. Son dos lados de la misma moneda. El
temor es el lado de la contracción, y el amor es el lado expansivo. Podemos
aprender a amar nuestro temor. Podemos elegir el amor sobre el temor porque
confiamos en algo mayor que el temor, o sea, la benevolencia y la bondad básica
de la realidad. Así que, sentados al lado de Mara, lo ofrecemos el té. Lo
aceptamos como parte de nuestra vida. Meditando tranquilamente así, podemos
descansar en nuestra naturaleza búdica con amor y compasión, tanto para
nosotros como para otros. Así se revela la paz y la ecuanimidad, y pasamos por
la puerta abierta al Nirvana.
Bibliografía
Ostaseski, Frank. (2017) Las Cinco
Invitaciones. Océano: Amazon
Digital Services LLC. Edición Kindle.
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