EL
SUTRA DEL ESTRADO
Clase 3
Dudar de Ti Mismo
Venerable Dr. Hyoenjin Prajna
Charla Dharma 30/AGO/2020
Regresamos
ahora al monasterio, donde el viejo maestro estaba organizando un concurso de
poesía para averiguar quién tuviera la compresión superior del Dharma para que
le reemplazara a su muerte. El maestro comenzó a regañar a los monjes por su
soberbia. Los ordenó a escribir un verso de poesía expresando la profundidad de
su comprensión del Dharma. Efectivamente, los envió a meditar solos en sus
celdas hasta que pudieran demostrar su entendimiento de la esencia universal.
Pero, en vez de acudir a sus celdas, prefirieron quedarse en los pasillos para
chismear entre sí, puesto que se consideraban inferiores al monje principal
Sheh-hsiu, él que por cierto iba a ganar el concurso sin oposición.
Era
lamentable, porque ni siquiera intentaron hacer lo que el maestro les pidió, o
sea, simplemente cerrar sus bocas lo suficiente para sentarse en silencio y
observar sus mentes. En cambio, preferían seguir platicar, chismear, y rendirse
al fracaso y dejar a otros hacer el trabajo merecido. Se mostraron en su
comportamiento al nivel un practicante superficial por su falta de esfuerzo y
compromiso debido a pereza y flojera. Preferían chismear y criticar a los
demás. Así que se derrotaron aun antes de comenzar. La duda de sí mismos los derrotó.
¿Cuántos
de nosotros hacemos lo mismo? Yo tardé 30 años en comprometerme a la práctica
del zen cien por ciento, poniendo siempre otras cosas primero: el doctorado, el
negocio, la diversión, el viaje, la falta de apoyo, la falta de dinero, en fin,
siempre una razón por la cual no pudiera practicar el zen. Cuando llegué aquí
en Guadalajara, no tenía ni maestro, ni sangha y un mínimo de conocimiento de
lo que es la práctica del zen. Busqué y busqué, pero no había ni un grupo a
encontrar. La tentación era grande decir, “Bueno, me gustaría practicar, pero no
creo que sea posible. Sin maestro o comunidad, dudo tener la capacidad para practicar
el Zen.”
Afortunadamente,
no fue así. Comencé con lo que tenía a mano. Los libros eran los medios hábiles
disponibles en aquel momento, apoyándome en mi búsqueda de la Verdad. Así,
comencé a practicar zazen al confiar en el Infinito guiarme en el camino del
Buda. Luego, me fui a D.F. para participar en algunos retiros zen. Ya hemos hablado
de lo duro que eran. Luego, durante una visita a un balneario local, conocí a
una practicante budista que me puso en contacto con su maestra zen en Victoria,
Canadá, la Roshi Meiten McGuire. Nos comunicamos por correo electrónico. Desde
la primera correspondencia tuvimos una conexión espiritual muy fuerte. Por fin,
me di cuenta de que después de muchos años había encontrado mi maestra. Me abrí
a sus consejos y enseñanzas. Viajé 3 veces a Canadá para recibir Jukai. Poco a
poco mi vida mejoraba. Eventualmente me ordené como sacerdote zen y así me
comprometí cien por ciento a la práctica y servicio a otros.
No
todos tienen que ser monjes o sacerdotes para comprometerse. El compromiso, el
templo, y el camino se llevan adentro. Todos somos efectivamente monjes que
meditan en la cueva del corazón en la cima de la montaña espiritual. Todos somos
miembros del mismo monasterio interior. Todos pueden comprometerse ahora a la
práctica, en vez de esperar 30 años como yo. Dense cuenta de que las
condiciones no son siempre tan buenas. Pasé 15 años sólo recorriendo todo el
mundo en busca de un maestro. Uds. tienen muy buen karma puesto que tienen tanto
un maestro como una sangha para estudiar el Dharma. Dense cuenta de que no hay
garantía que renacieran como seres humanos en la próxima vida. Incluso pudieran
tardar millones de vidas hasta que las condiciones sean favorables para
practicar. Pueden aprovechar su buen karma ahora y hacer todo lo posible para
despertar y liberarse por completo.
Regresamos
ahora al monasterio donde el monje principal, Sheh-hsiu, se preocupaba por el
concurso de poesía. Todos esperaban su poema al creer que él iba a ganar el
concurso, puesto que era el monje más avanzado en su conocimiento y
experiencia. Sin embargo, Sheh-hsiu dudaba de sí mismo. Pensaba que no tiene la
sabiduría suficiente para satisfacer al maestro. Incluso, dudaba de su propia
motivación al preguntarse si quería ganar el concurso por el poder que le daría
o si de veras quería profundizar en su práctica del Dharma. Se dio cuenta de que,
si su motivación no era pura, se la notaría en el poema y así descubrirían que fuera
un hipócrita y un fraude. Por lo tanto, entregó su verso de manera anónima al
escribirlo en la pared del pasillo fuera del cuarto del maestro.
He
aquí el pobre monje atrapado en la jaula de duda y miedo. La mente chica
siempre nos molesta con comparaciones a otros. Nos hace sentir inadecuados y
tememos que todos vayan a descubrir que somos un fraude. Este es el dilema
existencial de todo ser humano y la causa principal de nuestro propio
sufrimiento. Nos aferramos a una idea de un yo aislado y permanente. Eso nos
empuja a protegerlo a toda costa de cualquier amenaza. Nos sentimos vulnerables
e intentamos desesperadamente a superar nuestro miedo y duda de nosotros mismos
con todo tipo de preocupaciones, chismes, obsesiones, y distracciones. Son
todos intentos inútiles para protegernos y fortalecer nuestra auto imagen. No
obstante, continuamos preocupados que alguien pueda descubrir que somos
fraudes. El maestro zen Seung Sahn solía contar una historia sobre la duda de
uno mismo y los problemas que creaba:
Érase una vez un joven
hombre quien acudió al mercado para vender las verduras de su granja, para
luego comprar arroz (Seung, 2006). Al terminar sus
negocios, advirtió un viejo monje vestido de harapos de invierno de pie en el
caluroso sol de mediodía sin moverse, mientras todos los demás se refugiaban en
la sombra de los árboles. Aunque la gente le miraba con aversión, el viejo
monje siguió parado allí en el calor abrasador sin prestarles atención. El
joven hombre se preguntó si el viejo era un poco tocado de la cabeza, viéndolo
allí quieto en el sol caluroso, con su sombrero de paja casi cubriendo su cara
ligeramente sonriente. No obstante, el monje se quedó inmóvil.
Luego, el joven hombre se
acercó al monje, quien acababa de comenzar a caminar con pasos lentos y suaves.
Con todo respeto, el hombre le habló diciendo, “Venerable monje, discúlpeme por
la molestia, pero en vez de estar de pie en el sol abrasador, ¿no sería más
cómodo sentarse en la sombra de los árboles allá?”
Pero el viejo monje no le
contestó. Simplemente le sonrió al joven hombre amablemente. “Es la hora de
comer,” dijo en voz baja, casi imperceptible.
“¿La hora de comer?” El
joven miró a su alrededor. “Es demasiado tarde para la comida. ¿Quién come?”
El monje abrió su túnica
un poco, revelando el forro interior cubierto con miles de bichos diminutos,
moviéndose por toda la fábrica. “Si me muevo demasiado, no pueden comer,” dijo
el viejo monje. “Así que debo permanecer de pie quieto mientras que se
alimentan.”
Ya el joven hombre
sospechaba que el monje era loco de remate. Pero cuando le miraba a la cara, no
vio nada extraño ni malhumorado en sus ojos, sólo compasión. El monje mostraba
una profunda calma, sus ojos tranquilos, facciones relajadas. Su cara irradiaba
una dulce compasión.
“¿Pero por qué ser tan
bondadoso a estas criaturas?”
El monje entrecerró sus
ojos suavemente, diciendo “¿No estiman ellos sus vidas con tanto aprecio como
tú y yo?”
Profundamente
impresionado por su compasión extraordinaria, el joven hombre se juntó sus
manos y le reverenció profundamente al monje. Pidió entonces que le aceptara
como su discípulo.
El monje le sonrió
amablemente diciendo, “No es posible.”
“¿Por qué no es posible?”
preguntó el joven hombre.
“¿Por qué quieres
convertirte en monje?”
“Pues, quiero encontrar
el camino correcto, y lograr mi yo verdadero. Usted es compasivo hasta a
aquellas criaturas chiquitas. Así que tengo un presentimiento profundo que este
camino es lo correcto. Usted es un gran monje, y quiero ser su discípulo.”
“Quizás, quizás,” dijo el
monje. “Pero la vida de un monje es muy difícil.” El monje se quitó su sombrero
de paja y se limpió la frente con un trapo.
“¿Dónde vives?”
“Mi padre y madre están
muertos, así que me he quedado con mi hermano en el pueblo vecino. No tengo mi
propio lugar. Quiero ir con usted.”
“Bueno, vámonos
entonces.”
Comenzaron a caminar,
subiendo el sendero de la montaña y pasando por muchos valles, ríos, y
acantilados. El monje no decía nada mientras caminaban. Después de varias
horas, llegaron a una pequeña choza de roca y adobe en la que la cocina se quedaba
aparte a un lado. Entraron allí, y el monje, señalando una gran caldera negra
rota en un rincón sobre su base también rota, dijo simplemente “Arréglalo”. Se
fue de repente sin decir nada más.
Bueno, esta caldera era
muy grande y pesada. Además, arreglarla y su base iba a costar mucho trabajo
duro. Se requería nivelar la caldera
minuciosamente para que los alimentos cocinaran correctamente. Para asegurar
que estuviera completamente equilibrada, había que verter un poco de agua en la
caldera asegurando que se quedara precisamente en medio del fondo de la
caldera. Si no, los alimentos se quemarían, desperdiciándolos entonces.
El joven hombre tenía
muchas ganas de comenzar. Se lo desmontó todo, reparó las piezas, allanó el
lugar, recubrió las superficies, y volvió a montarlo. Ya terminado, pidió que
el monje lo revisara, diciendo, “Ya se ha arreglado.”
El viejo monje la revisó,
mirándola de cerca, luego vertiendo un cucharón de agua en la caldera. “¡No lo
es!” dijo, y tirando el agua de la caldera, simplemente dijo, “Inténtalo de
nuevo.”
El joven hombre pensó, “A
ver, este monje tiene ojos muy agudos, así que debe de haber visto una falla.”
Entonces, intentó otra vez arreglarlo, esta vez tomando mucho tiempo y con
mucho cuidado desmontando todo, reparando, allanando, recubriendo, y volviendo
a montarlo todo de nuevo. Y esta vez vertió sí mismo un cucharón de agua en la
caldera para asegurar que estaba nivelada bien. Cuando terminó, se levantó muy
satisfecho, pidiendo que el monje revisara de nuevo su trabajo. “Señor, ya se
ha arreglado bien la caldera.”
“Bueno, vamos a ver.” El
viejo monje la miró fijamente los bordes de la caldera, lentamente vertiendo
agua por sus lados. “¡No lo es!” dijo, y
vació el agua de la caldera. “¡Inténtalo de nuevo!”
El joven hombre se
confundió. “¡Debo haberme equivocado! ¿Dónde está el error?” se pensó a sí
mismo. Estaba muy, pero ¡muy confundido! “Puede ser en la parte exterior de la
caldera. Quizás la base no está nivelada.” Esta vez, lo preparó todo con mucho
esmero, revisando cada milímetro para encontrar cualquier falla o imperfección.
Arregló cualquier detalle dudoso que tuviera. Revisó cada detalle de la base y
la caldera, además de todo el lugar, todo el piso, asegurando que todo estaba
limpio y perfecto. Probó y reprobó que todo era nivelado con varios cucharones
de agua. Al levantarse, masajeando su espalda dolorida, llamó al monje otra
vez. “Señor, he arreglado la caldera y su base. He revisado todo dos veces.
Ahora estoy seguro de que le va a gustar.”
“¡No lo es!” dijo el
monje después de revisar la caldera, y vació el agua adentro diciendo, “¡De
nuevo!”
El joven hombre no
entendía dónde se hubiera equivocaba. “Este monje ve alguna falla: ¿por qué yo
no? Estoy seguro de que la caldera es buena. Quizás el problema reside en la
cocina.” Así que desmontó toda la cocina, cada tabla, y la reconstruyó por
completo, desde el piso hasta el techo. “Ya,” dijo a sí mismo, mientras
limpiaba su frente. “El monje tendrá que aprobarlo esta vez.” Y se fue por el
monje, diciéndole “Señor, lo he arreglado todo, ¡hasta la cocina entera! ¡Estoy
seguro de que no hay ninguna falla! Favor de revisarlo.”
“¡Qué bien, Qué bien!
Puesto que has trabajado tanto, estoy muy contento. Así que, déjame revisarlo.”
Acudió a la caldera, vertió un cucharón de agua, y casi antes de que el agua
tocara el fondo de la caldera, gritó “¡No lo es!” y la vació de nuevo.
Eso pasó cuatro, cinco,
seis, siete, ocho veces más. Cada vez, el joven pensó, “¿Cómo me he equivocado
esta vez?” y cada vez el monje contestó, “¡No, no lo es!” y vació el agua.
Hasta aquí, el joven
hombre se estaba poniendo muy enojado. “¿Dónde está la falla?” Después de nueve
veces, el joven hombre dijo a sí mismo, “¡Este monje no tiene razón! No me
importa lo que dijera. ¡Esta es la última vez!” Así que simplemente puso la
caldera sobre su base y le llamó al monje diciendo “Señor, ¡ya estoy terminado!”
Cuando el maestro entró a la cocina, vio al joven hombre sentado sobre la
caldera con sus brazos cruzados.
“¡Excelente! ¡Excelente!”
gritó el maestro, y salió lentamente caminando para sus cuencos. Aquella noche
los dos comieron juntos arroz caliente y sopa deliciosa. Desde entonces, nunca
mencionaron nada la caldera de nuevo.
¿Qué
significa esta historia?
El
monje estaba probando la mente de su alumno. Zen significa no depender en nada.
Deberías depender en ti mismo. Además,
este hombre quería ser monje, pero ¿cuánto se cree en sí mismo para convertirse
en monje? Para practicar el zen, hay que encontrar la mente inmovible, la mente
estable y confiable sin duda de uno mismo. En la historia, el alumno por fin
simplemente hizo lo que tenía que hacer. Su mente llegó al estado de no
moverse. Confió en sí mismo. A veces el maestro da lecciones o establece
límites. A veces el alumno o alumna dice, “¡No me gusta!” y se va. Sin embargo,
cuando el alumno o la alumna dice “No me gusta,” de hecho está diciendo que no
le gusta a sí mismo. El maestro simplemente refleja la mente del alumno o la
alumna. Lo importante es la mente que confía en sí mismo, hace lo que tiene que
hacer sin dudar, sin discriminar. Es la
mente que puede aceptar las cosas tal como son, e intenta hacer una y otra vez
lo que es bueno hacer, no para complacer al maestro, sino para complacer a uno
mismo lo que se ha hecho de la mejor manera posible y estar satisfecho con el
resultado. Esto es el esfuerzo correcto del Sendero Óctuple y la expresión de
la mente búdica. Si practican así, algún día el maestro también te dirá
“¡Excelente! ¡Excelente! ¡Lo hiciste
bien!”
Bibliografía
A Concise Dictionary of
Buddhism and Zen. (2010).
Shambhala: Boston
Park, Sung Bae. (1983). Buddhist Faith and Sudden Enlightenment. State University of New York Press: Albany, N.Y.
Sahn, Seung. (1976).
Dropping Ashes on the Buddha. Grove
Press: New York.
__________. (2006). “The Rice-Pot Master.” Wanting Enlightenment is Already a Big Mistake. Shambhala: Boston, USA.
Yampolski, Philip B. (2012). The Platform Sutra of the Sixth Patriarch. Columbia University Press: New York.