MÁS ALLÁ DEL
NACER Y MORIR
Charla Dharma 2/03/2014
Rev. Hyonjin Sunim
Considera
lo siguiente: ¿Quién lleva esta bolsa de huesos, tendones, músculos y tejidos a
todos lados? ¿Quién vive este cuerpo que nace y muere? o simplemente ¿Quién
soy?
Cuando comienzas tu hwadu, tu kong-an, o la Gran
Duda, nunca intentes encontrar alguna respuesta correcta, ni contemplarlo con
pensamiento. Y no esperes hasta que te despiertes. Si llegas al lugar donde el
pensamiento no puede entrar, tu mente no tendrá ningún lugar para acudir. Será
como un viejo ratón que entra en una trampa hecha de cuerno de buey: no hay
paso atrás, ni tampoco paso adelante. Sería un delirio completo tratar de
determinar esto o el otro, desviarte por aquí y allá siguiendo el karma de vida
y muerte, correteando a todos lados por
miedo y confusión. Hoy en día, la gente no sabe que esto es una enfermedad y
siguen cayendo en esta enfermedad una y otra vez.
So Sahn (Joeng, 2006:28)
Ayer cumplí años.
Me dio la oportunidad de reflexionar sobre los 57 años que he vivido en esta
tierra. Ha sido una vida con muchísimas bendiciones, junto con muchos desafíos,
obstáculos, y lecciones de aprender.
En los años tempranos, este cuerpo se desarrollaba como atleta de natación, tenista, clavadista, corredor de larga distancia, fisicoculturista, ciclista, bailín, y practicante de yoga. He trabajado como mesero, escultor, actor, cantante, estudiante, profesor, psicólogo, y ya sacerdote zen. He experimentado el éxstasis del amor y las lágrimas del desamor. He manejado en coche solo desde Nueva York a San Francisco, pasando por el desierto de la Valle de la Muerte, viendo los espejismos bailar sobre el calor de la arena. He conducido desde los campos de maíz de Kansas hasta las calles de jazz en New Orleans, pescado congrejos azules con sólo mis manos, para luego dormir en la playa, levantándome la próxima mañana para hacer una audición para El Chorus Line de Broadway. He visto las corridas de toros en Madrid, abracé el busto de Santiago en Compostela, comido paella en Valencia,, y oídos perlas Castellanas deslizarse por de los labios de las monjas descalzas de Zaragoza. He brindado champaña a las orilla del Sein mientras comíamos salmón ahumado sobre higos blancos enrollados con queso y pan francés. He atestiguado el derribo del muro de Berlín, subido por tren el Materhorn de Suiza. He visto las estrellas de Darjeeling mezclarse con las luces de pueblos nocturnos en las Himilayas, contemplado el Taj Majal, bañado en el sagrado Ganga, y meditado bajo al árbol de Bodhi donde el Buda se iluminó. Se me han inicido en cuevas y templos con maestros realizados Hindú. Se me han honrado mil marineros en los ríos de Kérala durante sus carreras en bote. He visto las majestuosas águilas de cabaza calva volar por bosques de Secoya tan altas que casi tocaron la luna Victoriana de Canadá, donde me contaron de un pino tan compasivo que salvó una mujer de cáncer al regalarla su salvia curativa. He visto magníficas albas Hidrocálidas vestir sus acantilados con oro, rosa, plata, cobre y bronze. He visto infinitos saguaros Oaxaqueños extendidos hasta el horzonte, como ejércitos silenciosas en vigilia mirándonos al pasar. He buceado por tenerifes bajo el mar, volado sobre sus olas en barcos de vela, luego subido al firmamento como Ícaro desafiando al sol. Son memorias dulces reflejando la vida en todo su esplendor.
En los años tempranos, este cuerpo se desarrollaba como atleta de natación, tenista, clavadista, corredor de larga distancia, fisicoculturista, ciclista, bailín, y practicante de yoga. He trabajado como mesero, escultor, actor, cantante, estudiante, profesor, psicólogo, y ya sacerdote zen. He experimentado el éxstasis del amor y las lágrimas del desamor. He manejado en coche solo desde Nueva York a San Francisco, pasando por el desierto de la Valle de la Muerte, viendo los espejismos bailar sobre el calor de la arena. He conducido desde los campos de maíz de Kansas hasta las calles de jazz en New Orleans, pescado congrejos azules con sólo mis manos, para luego dormir en la playa, levantándome la próxima mañana para hacer una audición para El Chorus Line de Broadway. He visto las corridas de toros en Madrid, abracé el busto de Santiago en Compostela, comido paella en Valencia,, y oídos perlas Castellanas deslizarse por de los labios de las monjas descalzas de Zaragoza. He brindado champaña a las orilla del Sein mientras comíamos salmón ahumado sobre higos blancos enrollados con queso y pan francés. He atestiguado el derribo del muro de Berlín, subido por tren el Materhorn de Suiza. He visto las estrellas de Darjeeling mezclarse con las luces de pueblos nocturnos en las Himilayas, contemplado el Taj Majal, bañado en el sagrado Ganga, y meditado bajo al árbol de Bodhi donde el Buda se iluminó. Se me han inicido en cuevas y templos con maestros realizados Hindú. Se me han honrado mil marineros en los ríos de Kérala durante sus carreras en bote. He visto las majestuosas águilas de cabaza calva volar por bosques de Secoya tan altas que casi tocaron la luna Victoriana de Canadá, donde me contaron de un pino tan compasivo que salvó una mujer de cáncer al regalarla su salvia curativa. He visto magníficas albas Hidrocálidas vestir sus acantilados con oro, rosa, plata, cobre y bronze. He visto infinitos saguaros Oaxaqueños extendidos hasta el horzonte, como ejércitos silenciosas en vigilia mirándonos al pasar. He buceado por tenerifes bajo el mar, volado sobre sus olas en barcos de vela, luego subido al firmamento como Ícaro desafiando al sol. Son memorias dulces reflejando la vida en todo su esplendor.
Sin embargo, son momentáneas fotos
de tiempos desaparecidos, ya comenzando a borrarse poco a poco al olvido. ¿Pero
qué se queda? ¿Es suficiente haber experimentado tantas cosas sólo para que se
desvanecieran a la marcha del tiempo? Mirando
atrás, puedo intuir algo empujándome adelante, un impulso profundo llamándome a
encontrar la Verdad de algo más profundo de todas estas experiencias. Ha sido
un largo camino del cual, al fin y al cabo, todo desvanece. ¿A dónde va?
Recuerdo hace años un maestro decirme, “Lo que buscas es el que está en busca,”
o sea, nuestro verdadero sí mismo. Así, me caía el vente, dándome cuenta que todos
intuimos algo más profundo, pero nos equivocamos en donde encontrarlo. No se
encuentra fuera de nosotros en las experiencias y sensaciónes delirantes del
mundo. La ironía es que no tuvimos que ir a ningún lado, ningún otro país,
ninguna experiencia. Siempre estaba justo aquí, demasiado cerca, perdiéndose al
darlo por hecho. ¿Qué significa la vida? Ha de ser algo más que sólo experimentar
sensaciones, luchar a sobrevivir, procrear, ganar dinero, ver cosas lindas,
reirnos un poco, llorar un poco, o mucho, y luego morir. Lo que pregunta por
qué, lo que busca el sentido, es a fin de cuentas, lo que buscamos, nuestro
verdadero sí mismo, nuestra naturaleza que siempre ha sido presente. Es la
función principal de nuestra vida, encontrar nuestra unidad con esta esencia,
darnos cuenta que ya somos parte de esta esencia, que nunca estábamos
separados, sólo distraídos un rato con el espectáculo bailando frente a nuestros
ojos. Cuando te das cuenta de la Verdad que reside en tí, entonces todo tiene
sentido. La vida se vuelve una bella expresión de lo Eterno. Lo que vive esta
vida no está limitado por la vida. Lo que no nace ni muere es lo que somos.
El Buda-Dharma nos enseña que todos
somos esta esencia, esta fuente de todo. El zen está basado en el esfuerzo
individual para despertarnos a esta esencia básica del universo. Tenemos dos
funciones entonces en esta vida: primero despertarnos a esta esencia, y
segundo, dedicarnos a la ayuda de otros para que descubran el gran secreto
abierto a todos: somos la Fuente. Todos somos iguales en esto, puesto que todos
sufrimos, pero igualmente todos tenemos la capacidad de liberarnos de este
sufrimiento simplemente retirando nuestra obsesión por cosas exteriores, y
volteándo la luz de nuestra propia mente adentro, manteniendo nuestra atención
aquí y ahora, y rastreando esta luz de atención a su origen, la fuente de la
vida, lo Eterno que no muere. Esta fuente se descubre cuando la mente se
tranquiliza, la mente calma lúcida, así volviéndose uno con la Mente de
mayúscula.
Por eso, no deberíamos enfocar en
otros mundos, ni en otros cielos, ni en otros estados de consciencia. De hecho,
según el budismo, el cielo es limitado, basado en tu buen karma que has creado.
Cuando se agota este karma positivo, hay que salir del paraíso, como Adán y Eva
del Jardín original de la biblia. Cuando fueron explusados de este jardín, fue
el momento en el que se dieron cuenta de su propio sufrimiento en el mundo
cotidiano, un sentido de separación de su refugio y hogar. Esta separación de
nosotros mismos es lo que nos pasa a todos. Sin embargo, el mismo mundo, el
mundo de samsara, el mundo de sufrimiento, problemas, preocupaciones, guerras,
enfermedades, el mundo con sus ilusiones, esperanzas, ganancias y perdidas, este
mismo mundo es esencialmente bello.
He visto mucho en la vida, muchos
extremos, desde lo más alto hasta lo más bajo, y les puedo afirmar...la vida es
buena, de hecho, es toda una bendición. El paraíso no está en otro lado, es
justo aquí. Esta mente puede abrir el portón del jardín de la Fuente en tí. Y
cuando lo encuentres, conocerás la alegría que no depende en nada. Es
simplemente este momento tal como es. Sólo
abre el cerrojo y pásate ya.
Bibliografía
Joeng, Boep. (2006). The Mirror of Zen: The Classic Guide to
Buddhist Practice by Zen Master So Sahn. Shambhala:
Boston .
La práctica Budista de caridad se llama "Dana," lo que trae mérito y bendición.
Gracias por tu aportación a la Sangha MBZ.
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